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Reflejos a medianoche. Cap. VI

Capítulo VI.

Aunque estaba un poco achispado cuando salió del garito sabía que debía dirigirse a la mansión; una sospecha planeaba sobre su cabeza y sabía que la señora Wells se la resolvería.

Le recibió la sonrisa de siempre. Sólo quería echar de nuevo un ojo al despacho, y Mildred le acompañó sin problemas. Olía a humo, pero no de tabaco. Buscó con la mirada y vio que alguien había encendido la chimenea hacía poco. Se acercó a ella y distinguió algunos restos de papeles calcinados, entre los que podía distinguir algunos con sellos oficiales…, y antes de que pudiera inspeccionarlos apareció Mildred con una humeante taza de café. Era su oportunidad de aclarar algunas dudas con ella.

Al principio, la anciana dio muchos rodeos antes de hablarle con total sinceridad. La entendía, sabía que habían sido muchos años junto a Arthur, había criado a su hijo. Era normal que contar las intimidades de aquella acaudalada familia le costara mucho. Pero una vez que comenzó ya no pudo detenerla.

Su discurso bailaba entre la vida disoluta y al margen de la sociedad de bien que llevaba su jefe, y la dolce vita que disfrutaban Philip y Lorna.

—¿Cómo era el matrimonio de los señores Torrance? —la preguntó con algunas reservas mientras encendía un cigarrillo.

—¿Matrimonio? Creo que no…, de todos modos, es algo que debería contestarle la señora.

—¿Dónde puedo encontrarla?

—Creo que hace un momento abandonó el despacho para dirigirse a sus aposentos. —le dijo mientras abandona la sala. —Al nuevo le gusta viajar…

Y en ese instante, se produjo un clic en su cerebro: todo estaba claro. Se despidió de Mildred y se corrió hacia el despacho de nuevo. Había dejado algo a medias: en aquellos papeles estaba la clave del asesinato.

Hacía media hora que había regresado al despacho. Cogió un cigarrillo y se hundió en el humo azul mientras esperaba la llegada de su vieja amiga.

—Rick McCloud, el hombre de moda. ¿Me darás la exclusiva? —La melena de Coraline parecía tener vida propia a través de la penumbra de la habitación.

—Buenas noches, muñeca. Por supuesto. —Sonriendo se acercó a ella.

—¿Comenzamos? —Tomó una libreta y un lápiz mordido.

—Como desees, preciosa.

Le resumió toda la investigación que había llevado a cabo, desde la llamada de ella hasta el instante en el que encontró los documentos quemados:

—En cuanto vi aquel testamento calcinado, supe que el dinero estaba detrás del asesinato. Sólo había que cruzar las pruebas, por un lado, estaba la pistola de Philip y por otro el hecho de que Arthur había muerto ahogado, no de un disparo. El informe forense fue revelador: me condujo a la piscina donde por fin pude atar cabos. Allí encontré una colilla manchada de carmín que me dio el indicio concluyente. Subí a la habitación de la viuda y la vi empacando. Iba a huir como una rata. La apreté y confesó como un pajarillo. Lo demás se lo dejé a tu amigo Murphy.

—Pero Rick, ¿cómo lo hizo?

—Lo tenía planeado. Su relación con Philip la permitió tener acceso al arma de éste, que como un panoli cayó en sus garras. Primero le manipuló para que discutiera con su padre aquella noche, y después esperó a Arthur en la piscina. Cogió una botella de champán, lo golpeó, lo lanzó al agua y esperó a que se ahogara. Le sacó de la piscina, lo vistió y lo llevó al despacho.

—¿La señora Torrance? No puede ser…

—Coraline, sabes tan bien como yo que el dinero nos convierte en animales despiadados. Tu señora Torrance, después de colocar a su marido muerto en el sillón del despacho, le disparó con la pistola de su hijastro para que lo inculparan a él. Ella sabía que el contrato prematrimonial la condenaba a la miseria si Arthur no la nombraba heredera. Así que primero lo asesinó, después inculpó de ello a Philip y por último hizo desaparecer los documentos que podían poner en peligro su plan.

—Rick, ¿quién figuraba en el testamento?

—No importa. Deberíamos celebrar tu exclusiva, ¿qué te parece un Jameson en un garito que conozco en el Village? Tiene buen jazz.

Fin

Agneta Quill

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