La llamada

Desde el árbol divisaba una fuente enmarcada en un bellísimo claro. Estaba en alerta. Escuchó el ruido de una rama romperse y tomó su varita mágica. No le iban a sorprender, otra vez no. Ya no era un novato. A través de un hueco tal cómo el ojo de una cerradura, vio en la espesura del bosque que se movía algo. Era grande, pesado y torpe. No alcanzaba a saber que podría ser. En medio del pánico, su cerebro se iluminó cómo una bombilla. “¡Es un ogro!”. Estaba seguro de que podría acabar con él. Comenzó a buscar en su bolsa el pergamino del hechizo.

El teléfono móvil sonó insistentemente. Maldita sea, estaba en lo mejor de la partida, y además los dados estaban ayudando. Cogió el teléfono con desgana y se le iluminó la cara.

Era el chico más feliz del mundo. “¡Ella había dicho que sí!”.

Agneta Quill

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