Vibrante silencio

No debería haberse tomado el café, rumió Elena en la cama, inmersa ya en la serenidad de la noche. Sabía que mientras el silencio descendiera sobre ella, los sonidos nocturnos se elevarían como sombras en la habitación, tejiendo cada uno de ellos su propia historia. Cerró los ojos, dispuesta a intentar que Morfeo la atrapara…

¡Plink, plink! ¿Era el grifo de la cocina? ¡Hoy no! Hoy necesitaba que fuera la lluvia golpeando suavemente el cristal, se dijo segundos antes de arrebujarse bajo el cálido edredón de plumas.

¡Clock, clock! Ya está en casa, pensó. Y mirando el techo de su habitación intentó imaginar el recorrido que el fantasma que habitaba el piso superior acababa de emprender, acompañándolo en cada sinuoso recodo del oscuro pasillo.

¡Vrom! ¡Vrom! Las dos, los números parpadearon en el reloj de la mesita de Juan. El camión de la basura, puntual como siempre, y ante aquella idea sonrió. Siempre le gustó imaginarlo como un monstruo mecánico que devoraba la noche, cuyo rugido se metamorfoseaba en el ronroneo de un dragón, en la nana que la arrullaba justo antes de dormir.

¡Ahh! ¡Ohh! ¡Sí! Los ojos de Elena se abrieron de par en par.  Aquellos suspiros apasionados resonaban como ecos lejanos, gemidos que acariciaban las turgentes curvas de su subconsciente. Se sentía una intrusa, incluso una voyeur, pero aquellos suspiros ajenos formaban una conocida melodía que vibraba en las paredes de su soledad, recordándole el vacío que había dejado su ausencia.

Con determinación se giró, observó el marco, la imagen de ambos sonriendo…, lo puso boca abajo encima de su mesita. Cerró los ojos, dispuesta a dejar que los sonidos de la noche la envolvieran…

El “plink, plink” del grifo de la cocina se convirtió en una lluvia imaginaria que lavó su corazón, limpiando el rastro de una historia que ya no le pertenecía. El “clock, clock” del piso superior se desvaneció, permitiéndole liberarse del fantasma que la había acompañado en sus pensamientos. El rugir del camión de la basura, ahora solo un ronroneo distante la guio hacia un sueño renovador.

Con el suspiro profundo de quien toma una decisión difícil pero necesaria, Elena se sumió en la oscuridad de la noche, dejando atrás los sonidos que ya no encajaban en su historia, y supo en ese instante que a pesar de que resonaran ecos lejanos de lo que fue, intuía que el silencio también podría ser un cómplice sanador.

Agneta Quill

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