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Briseida: la brisa sobre el agua.

Capítulo 6.

—¡Apresadla inmediatamente! ¡Ha asesinado al rey! —el rugido de la reina puso en movimiento a los guardias.

En un segundo se vio acorralada por diez armaduras relucientes que la apuntaban con espadas afiladas. << ¡No! >> El grito murió en su garganta. Quería gritar que ella no había sido, que era incapaz…

Todo el salón se había llenado de caras que la joven no conocía, que la observaban, allí, en el suelo, arrodillada y rodeada por la guardia real y cubierta de sangre…, mientras no muy lejos, la reina serena y tranquila se elevaba, sobre todo, mientras consolaba a su hijo compungido.

—Debe ser ejecutada. Sois testigos de su asesinato. Esta grísea a matado a vuestro rey. Pruebas de ello son la sangre en su ropaje y el cuchillo griseo con el que ha perpetrado su crimen. Debe morir como la escoria que es —la furia de sus palabras hizo despertar a Briseida.

Todos los presenten ya la habían juzgado. La muchacha podía sentirlo en sus miradas acusatorias Todo estaba decidido. No podía luchar contra ellos. Eran áureos y ella una simple grísea.

En la mano de la reina comenzó a formarse una gran bola de fuego. Podía ver como iba creciendo. Ya sentía el calor. Y fue consciente de que había llegado su hora. Moriría.

—¡No! ¡No! Soy Briseida, hija de Tully, y no soy una asesina —Las lágrimas inundaron los ojos de la chica.

Y ocurrió.

De todo su cuerpo comenzaron a emanar pequeñas descargas eléctricas que crecían a la par que la angustia y el miedo de la joven. Todos los presentes incluida la reina tras un shock inicial comenzaron a retroceder y alejarse de la chica. Todos menos una áurea.

—¡Debe morir! ¡Es una asesina! ¡Es un monstruo! —Y la reina con estas palabras lanzó su ataque.

—¡Alto! ¡Detente Flamitia! —Al mismo tiempo que gritaba a la reina, de las manos de Licuis salió un chorro de agua que detuvo la bola ardiendo que iba dirigida a Briseida.

—¡No te metas aqua! La muchacha debe morir —Los ojos de la monarca ardían como el resto de su cuerpo.

—Merece un juicio justo. Tú no eres ni juez ni verdugo. Deja ya el ataque. No consentiré que la mates.

—Es una traidora grisea. Ha matado al rey. ¡No lo ves! Es diferente. Emana electricidad de todo su cuerpo. Es un peligro para todos —Sus manos seguían vertiendo fuego en dirección de la muchacha.

Y todo se oscureció.

Continuará…

Agneta Quill

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