Pétalos voraces
Nunca debí rendirme ante ella, nunca caer presa de su hechizo.
Mi inocente ingenuidad se arrebataba con su seductora picardía, sus verdes ojos de brillo hipnótico, su piel suave como la seda de los pétalos de una flor.
Encarnaba la tentación —la anhelaba—, la destrucción —me consumía—. Femme fatale que ocultaba un veneno mortal —lo bebía—, planta carnívora que escondía la oscuridad de su naturaleza insaciable —me engullía—.
Mi dolorida mirada nunca se cansaba de observar sus gráciles movimientos, su sonrisa maliciosa, sus fauces afiladas. Me cautivaba con voz melodiosa: opresores cantos de sirena que endulzaban candorosamente mis oídos.
Aquella hechicera me consumió lentamente, devorando mi alma con cada dentellada, dejando tras de sí a un hombre desmadejado.
Nunca debí enredarme en su mortífera red, aferrarme a su abrazo letal, caer presa de su hechizo.
Nunca rendirme ante ella.
Agneta Quill