Erupción inminente.

Los cuerpos danzaban entrelazados, desnudos, presas de la música y el desenfreno. La temperatura se elevó, el erizado suelo tembló.

Ardiente, despótico, Alvin lo reclamó.

Lo agarró con fuerza. Galoparon: raudo —acelerada respiración—, rápido —corazón desbocado—, veloz.

Un rugido: la explosión del volcán.

La lava caliente, viscosa lo inundó todo. Él, exhausto, sólo pudo mirar a Alvin, aún sujeto por su temblorosa mano.

De repente, el cielo se abrió entre los bramidos de la criatura del guatiné.

 «Luisito, ¿pero, qué…? ¡Puerco! ¡Acabarás conmigo!»

Agneta Quill

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