Inocencia

Treinta años de servicio le pesaban en los huesos. Estaba noqueado. Repasó las fotografías una vez más: el desayuno derramado en el suelo, el cuerpo de mujer cosido a puñaladas; salpicando de blanco la alfombra, de rojo las paredes. ¿Aquellos niños eran los culpables? Se negaba a creerlo… Sólo dos muchachos de rostros inocentes, incapaces de matar a sangre fría. Ajado, volvió a mirarlos en la rueda de reconocimiento. Él bajó el rostro; ella lo sostuvo firme… El frío acero de sus bellos ojos le heló la sangre.Treinta años en el cuerpo. Estaba noqueado. Ojeó de nuevo las fotografías: el desayuno derramado en el suelo, el cuerpo de mujer cosido a puñaladas; salpicando de blanco la alfombra de rojo las paredes. ¿Aquellos niños eran los culpables? Se negaba a creerlo… Sólo dos muchachos de rostros inocentes, incapaces de matar a sangre fría. Ajado, volvió a mirarlos en la rueda de reconocimiento. El bajó el rostro, ella lo encaró… El acero de sus bellos ojos le heló la sangre.

Agneta Quill

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