Comedia,Relatos Cortos

Melodía de hibernación.

Doña Elvira, mujer lánguida, serena, y Don Ernesto, hombre vivaz, curioso, se retiraron cada uno a su sillón favorito. Se acomodaron: él, despacio, saboreando cada preparativo previo; ella, rápido, ávida de que Morfeo la atrapara la primera. Cerraron los ojos y…

¡Zzzz! ¡Zzzz! «¿Quién ha encendido el aire acondicionado?» Se preguntó mientras se incorporaba en busca del mando del maldito aparato.

¡Buff! ¡Buff! Un zumbido grave, constante, envolvente llamó su atención. Un cuerpo macizo de piel grisácea relucía bajo la luz que se filtraba por la ventana. «¡Maldición!» exclamó, justo antes de que cada rincón del salón comenzara a bailar al ritmo de la música que emitía aquel animal.

¡Grrr! ¡Grrr! El animal tomó una pausa, como si el aire se hubiera detenido dentro de él y no supiera muy bien como expulsarlo. Sin previo aviso, un sonido gutural retumbó en toda la casa, y la criatura se transformó. La metamorfosis no fue majestuosa, ni dramática, sino más bien como si alguien hubiera cambiado de canal.

El hipopótamo, ahora convertido en oso, se estiró con pereza y abrió los ojos con sorpresa. Su mirada confundida recorrió el salón y con un aire de incredulidad lanzó un bufido extraño que sonó más bien como un suspiro indignado. Se sacudió como un perro mojado y se incorporó.

—¡Qué diablos haces! —preguntó Don Ernesto, sorprendido ante la amenazante figura que frente a él blandía el mando del aire acondicionado.

Agenta Quill

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