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Reflejos a medianoche. Cap. V

Capítulo V.

El Westclox de su padre daba las doce, cuando entró en el despacho. ¡Maldición, vaya resaca del diablo! Cuando llegó al Julius` esperaba encontrar a Malcom, pero aquel maldito desgraciado no estaba. Imposible que se lo hubiera tragado la tierra. Se dio la media vuelta. Quería irse de aquel garito. Era tarde y necesitaba descansar. Lo intentó, con todas sus fuerzas, pero al final el buen jazz y el irlandés de quince años habían sido demasiada tentación.

—Buenos días, McCloud. —chilló Coraline.

—Muñeca, hoy más suave.

—¿De resaca? ¿Quién fue la afortunada?

—Déjalo. ¿Querías algo?

—Adelantarte tu regalo de cumpleaños. —Y tras dejar encima del escritorio un dosier con la insignia de la policía de Nueva York, Coraline se sentó enfrente cruzando sus torneadas piernas.

Sus visitas a la mansión se estaban convirtiendo en costumbre, pero esta vez la historia parecía diferente. El informe de los chicos de la morgue era contundente: «Arthur Torrance presenta agua en sus pulmones y un golpe en la nuca.» No había muerto de un disparo, sino ahogado. ¿Dónde? Probablemente en la piscina. El escenario de crimen era una charada y había muchas posibilidades de que Philip dejara de ser sospechoso para convertirse en víctima.

Saludó a Mildred cuando le abrió la puerta. La viuda no se encontraba en la casa, pero él no la buscaba a ella, esta vez no. Quería echar un vistazo a la piscina cubierta y la doncella sin poner muchos impedimentos lo acompañó, para segundos después dejarlo solo entre las volutas de su cigarrillo.

Recorrió la estancia, buscando algo fuera de lugar…, el sol de la tarde se filtraba a través de las cristaleras creando destellos en la superficie del agua.

Escudriñó cada rincón. Tenía que haber algo. Lo encontró: escondida entre las hojas de una palmera descansaba una botella de Moët & Chandonvacía junto a una colilla, seguramente abandonadas de manera apresurada por el asesino.

Unía y tejía las diferentes conexiones, pero todavía en aquel misterio había una pieza del puzle que no encajaba. Había dos sospechosos, eso lo tenía claro, pero el motivo de aquel asesinato se le escapaba todavía. Y con aquella duda abandonó la mansión en busca del único implicado con el que aún no había hablado.

Al entrar en Julius`le sorprendió ver que le estaba esperando.

—Sabía que no se rendiría. —fue el amanerado saludo del muchacho negro.

—Buenas noches para usted también, señor Smith.

—Para servirle. —Salió de detrás de la barra encendiéndose un cigarrillo. —Y antes de que me lo pregunte, sí, amigo del difunto Arthur Torrance. —le confesó con tono irónico mientras se servía un Old Fashioned. —¿Por dónde íbamos? Ah, sí. También tengo que confesarle que nos vimos la tarde de su asesinato en su casa, y discutimos. —Dio un largo sorbo a la bebida. —¿Alguna pregunta más?

—Creo que primero te voy a pedir que me pongas un Jameson. Intuyo que esta va a ser una larga noche.

El chico le sirvió el whisky y agarrando el vaso le dio un largo sorbo. La sorpresa y la curiosidad por Malcom le taladraban a partes iguales. Aquel pipiolo de personalidad extravagante era una pieza clave en aquella historia, seguro. Pero no tenía claro si ocultaba algo o, por el contrario, estaba dispuesto a colaborar.

Hizo falta otro pelotazo para que se animase a preguntarle los detalles más íntimos de su relación con el señor Torrance. Malcom le contestó sin ambages, confirmándole lo que ya sospechaba. Ahora sólo quedaba el otro tema espinoso: la discusión de la tarde del asesinato.

—Fue una pelea como siempre. Arthur y su maldito dinero. A mí no me importaba que pagara alguna cena, o que me regalara pinceles y lienzos. Eso lo entendía, pero que me convirtiera en su heredero universal…, ¡no! —Rick se atragantó. —¡Ja, ja, ja! Imagínese: un negro, camarero en un garito de mala reputación, nuevo dueño de toda la fortuna Torrance, incluida la joya de la corona; “Skyline”.

—¿Eres el heredero de Arthur Torrance?

—No, por eso discutíamos. Nunca quise su dinero, sólo quería su compañía. —El muchacho bajó el rostro ocultándole su expresión. Aquello le confirmó que no iba a sonsacarle nada más.     

Agneta Quill

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