Islas desiertas

Los ojos cansados de Thoma aguardaban con expectación detrás de la ventana del salón. Era jueves, y de un momento a otro el cartero depositaría la ansiada carta en el buzón. Con manos temblorosas la tomaría sintiendo, como cada semana, la misma mezcla de intriga y excitación.

En su soledad, aquella loca idea de tener una admiradora secreta conseguía proporcionarle consuelo, ilusorio tal vez, pero tan real para él. Cada misiva, llena de palabras apasionadas y confesiones ficticias que aumentaban sus fantasías románticas, le brindaban a través del papel esa conexión humana que anhelaba su abrumadora soledad.

Durante dos meses, aquellas líneas construyeron una relación íntima, sin rostros ni nombres. Pero el destino tejió su propio relato y un día, la carta no llegó.

Los frágiles dedos de mujer danzaban sobre el papel con una mezcla de dolor y esperanza. Presa de una obsesión incontrolable, semana a semana se sumía en la escritura de las cartas a Thoma. Cada palabra era un reflejo de su delirio, una manifestación de la conexión que su mente había forjado con el hombre al que perseguía. Se aferraba a la ilusión de una conexión íntima y prohibida, encontrando en su obsesión una válvula de escape de su cruda realidad. Sin embargo, aquella escapatoria sólo alimentaba más su anhelo acosador, creando un ciclo insostenible que se rompería con un giro inesperado del destino.

Eran las seis de la tarde, y como cada miércoles se dirigió a la oficina de correos. Esta vez había sido más osada en sus demandas… El rugido mecánico la sobresaltó, las luces de los faros se reflejaron en su rostro y un impacto brutal la arrojó al otro lado de la calle.

Los ojos cansados de Thoma aguardaban con expectación detrás de la ventana del salón. Era jueves, y de un momento a otro el cartero depositaría la ansiada carta en el buzón. Pero no lo hizo. Esperó otra semana, y otra más…, hasta que su rutina se sumió en una extraña quietud, como si las palabras que antes fluían desde el papel fueran el hilo conductor de su existencia.

Agneta Quill

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