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La candidez del ocaso

La tarde estaba impregnada de una tensión excitante, cargada de deseo y anticipación. Los ojos avellana de Sara brillaban buscándolo. Sus miradas se encontraron y ambos esbozaron una sonrisa cómplice.

Era un día especial. Lucas se había levantado de la siesta antes de lo normal, de hecho, Paula asustada le había tomado la tensión justo después de servirle la merienda. ¡Ja, pero ella no sabía que, en dos horas, se declararía! ¡Maldición! ¿Y si le decía que no? Nunca había sido muy hábil en temas amorosos. ¡Pobre Celia, que en gloria esté! Lo tuvo que hacer todo ella.

—Estás bellísima. —la saludó. Las mejillas de Sara se encendieron ante la presencia y las palabras de él.

—No seas zalamero y acércame el bastón. Sabes que debemos estar de vuelta a las siete. Hoy es domingo, y si no llegamos puntuales nos quedaremos sin postre: tarta de limón. —le sonrió.

Caminaron durante unos metros, y la mano temblorosa de Lucas, tras varios intentos, consiguió enlazarse con la de Sara. Podía sentir a través de los delicados dedos de ella que eran dos corazones latiendo al unísono, y al compás de aquella melodía llegaron hasta el lago.

Se detuvieron, ensimismados con el reflejo del sol en las tranquilas aguas. Sara se giró, rompiendo la unión que tenían.

—¿Qué ocurre? —le preguntó con el miedo reflejado en sus azules ojos.

—Nada, sólo es… —titubeó ella. —¿No crees que somos demasiado mayores?

Lucas se acercó, y con timidez le acarició la mejilla. Era tan frágil, tan dulce…, pensó mientras su mirada se prendía de sus labios.

—¿Lucas? ¿Te encuentras bien?

—Nunca he estado mejor. ¿Sabes? Siempre he creído que el primer beso debería ser como la primera página de un buen libro. Tiene que atraparte desde el principio, y mantenerte pegado a él. —Sara rio nerviosa pero emocionada. —Creo que ya hemos…

Ella no le dejó terminar. Súbitamente elevó sus manos temblorosas y acarició con ternura el rostro de Lucas, mientras él, por un breve pero eterno momento, se perdió en el tacto de aquellos dedos recorriendo cálidamente su mejilla.

Él se acercó a ella, ella se acercó a él…, ambos con la confianza de quien ha esperado ese instante durante demasiado tiempo. Sus labios se encontraron, como dos notas que buscan formar un acorde perfecto.

Fue suave, lleno de promesas. El jardín, el lago, el sol y las risas distantes se convirtieron en testigos del encanto de aquel primer beso.

Cuando finalmente se separaron, sus miradas se encontraron, brillantes y llenas de vida. No eran necesarias las palabras, aquel suspiro breve había tejido un lazo entre ellos que iba más allá de cualquier explicación.

—Bella dama, por el bien de su tarta de limón, creo que deberíamos regresar. —Sara asintió, con los ojos llenos de chispeante felicidad justo antes de retomar el camino de vuelta a la residencia.

Agneta Quill

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