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El cardo entre las rosas. Capítulo V.

El detective James Radcliff acaba de salir del despacho junto a lady Birdwhistle cuando se precipitó en la mansión un gran número de hombres junto al duque y a Grace Duncan. Las ropas de la sirvienta estaban desgarradas, llenas de tierra y restos de plantas del jardín. Su rostro se encontraba magullado y de su boca y nariz manaban dos ríos sanguinolentos que empapaban la nívea blusa. Las duras facciones del duque estaban contraídas, las aletas de su nariz se movían frenéticamente, los blancos dientes asomaban a través de su rígida boca y varios arañazos le surcaban el cuello. La chaqueta del aristócrata estaba arrugada y hecha trizas, y también mostraba rastros de barro, al igual que su camisa, hecha jirones y manchada con salpicaduras de sangre, que le colgaba del pantalón mostrando así su velludo pecho.

Sin mediar palabra con ninguno, el investigador se dirigió hacia la ayudante de cocina. “Grace…” El detective esperó a que la mujer levantara el rostro. “Grace…” La sirvienta, entrecerró los párpados y miró directamente a los ojos de Radcliff. “Grace…” la llamó una tercera vez, y el cuerpo de la sirvienta tembló. “A partir de este momento, usted se encuentra bajo custodia policial. Por favor, acompáñeme para llevar a cabo el interrogatorio pertinente.” le indicó Radcliff.

Lord Gascoyne siguió a los dos al interior de su propio despacho. El detective ejecutó tres salidas y tres entradas consecutivas, tras lo que el duque cerró la puerta tras de sí, aislando a los tres del resto de los habitantes de la casa.

“Siéntese Grace” le indicó el representante de la ley, mientras que con los nudillos golpeaba tres veces el escritorio, para acto seguido hacerlo del mismo modo en la mesita de las bebidas, mientras que los dientes del noble, que se encontraba apoyado junto a una estantería, chirriaban. Las pupilas contraídas del caballero estaban fijas en cada uno de los movimientos de la sirvienta, la cual se había acomodado en una de las sillas; había bajado la mirada, dirigiéndola a algún punto invisible del suelo del despacho mientras que había entrelazado las manos sobre su regazo.

—¡Diablos! —gritó el duque mientras se abalanzaba sobre el tembloroso cuerpo femenino. —¡Maldita, pagarás con tu vida! —Los puños del hombre golpeaban el ya magullado rostro de la chica.

—¿Qué hace milord? —preguntó James, estupefacto ante la visión de la violenta reacción del noble. —Déjela, la va a matar.

Una vez superada la sorpresa inicial, se abalanzó sobre el noble. Estaba en desventaja ante el fornido duque que en aquel instante apretaba el cuello de Grace con una furia desmedida. Intentó primero liberarla colgándose de la hercúlea espalda de su contrincante, que con un leve movimiento de hombros lo lanzó al otro extremo de la estancia. Allí, sentado en el suelo, estudió la situación; << ¿Cómo lo detengo? >>, se preguntó, y tras unos segundos de duda, vislumbró la solución.

Rápidamente se irguió y se dirigió hacia el corpulento espécimen humano que intentaba acabar con la vida de la indefensa mujer. Con un movimiento raudo, lanzó su puño a la entrepierna del caballero que lanzó una sarta de maldiciones a la vez que liberaba el cuello de su víctima.

—¡Márchese! —gritó. —Aquí la ley soy yo —Sentía el sudor frío perlándose en su frente, fruto del enfrentamiento con aquel rottweiler.

—Esta escoria mató a mi hijo. Debe morir —El odio que desprendían los ojos del noble le encogieron el corazón.

—¡Márchese o tendré que detenerle!

Fue testigo; tras unos instantes, en los que fue presa de la duda, de cómo lord Gascoyne abandonaba el despacho propinando tal portazo que consiguió hacerle temblar al igual que lo hicieron los cimientos de la mansión; y del suspiro de liberación que, tras ello, oyó salir de los labios de Grace.

Entre aquel animal y aquella sirvienta había ocurrido algo que se le escapaba; eso estaba claro; y la conversación que había mantenido con la señora Woods y con lady Birdwhistle momentos antes de que la partida de búsqueda llegara a la mansión sólo había acrecentado sus sospechas sobre ello.

El ama de llaves había sido muy clara, tanto cuando vertió toda su malicia sobre la esposa del duque, como cuando le indicó que había registrado las pertenencias de su nueva empleada Grace. Le informó que la nueva ayudante llevaba trabajando con ellos apenas un mes, que a pesar de lo joven que era, había encontrado un guardapelo entre sus ropas con mechones cobrizos y que tenía ascendencia escocesa, para ser más exactos, era oriunda de Inverness.

En ese punto, mientras hablaba con la señora Woods, James había comenzado a encajar todas las piezas. Cuando escuchó cual era el origen de Grace, la imagen de los restos de las misivas que había encontrado en el despacho del lord; enviadas desde tierras escocesas y escritas con caligrafía femenina; se dibujaron en su mente. << ¿Esa etérea criatura es la amante de este desquiciado rottweiler? ¡Dios me guarde! >>, había pensado momentos después de que terminara su interrogatorio del ama de llaves. Todas las pruebas apuntaban en esa misma dirección, pero había algo en lo más profundo de su ser que se rebelaba contra aquella evidencia, provocando una batalla encarnizada entre su raciocinio y su corazón.

Sin embargo, había sido su conversación con la dama de compañía la que había añadido otra pieza a aquel rompecabezas; para extrañeza de todos, el lord de aquellas tierras hacía ya más de un año que no visitaba sus predios en las Highlands. Los rumores hablaban de que el aristócrata huía de una relación indebida con una criada de su propio castillo.

Regresó a la realidad del despacho, James se giró hacia la temblorosa criatura que seguía con la mirada perdida, y le expuso sus sospechas: el hallazgo del cabello rojizo en el capazo del bebé, la taza con restos de láudano junto a la cama de la duquesa. Ella era la única persona pelirroja en la mansión, tuvo la oportunidad de escabullirse de la cocina y subir la bebida con la droga a los aposentos de lady Gascoyne aprovechando la confusión tras la fiesta. Sabía que era la asesina del heredero del duque de Wellesley, pero desconocía el porqué.

Observó cómo Grace, tras levantar el rostro ensangrentado y mirarle a los ojos durante unos instantes, volvía a bajarlo sin que él lograra escuchar ningún sonido de sus malheridos labios.

Volvió a la carga, cada vez más nervioso, hacía rato que había terminado con los últimos resquicios de sus uñas. Primero le habló del conocimiento que tenía de su relación con el duque, luego del hallazgo de sus cartas, y continuó con la confirmación de su procedencia escocesa.

—Sé que asesinaste al hijo de los duques de Wellesley, y aunque todo apunte a que sea una venganza por el abandono de milord, mi mente se niega a aceptar que ese sea el verdadero motivo de tu atroz conducta. Por última vez, ¿por qué mataste al bebé? —Sabía que aquella mujer que a duras penas se tenía sentada frente a él, no iba a hablar; su silencio sepulcral y la ausencia de cualquier movimiento de su cuerpo le confirmaron que debía buscar otro modo para conseguir que el interrogatorio fuera un éxito.

Tomó una decisión arriesgada y abriendo la puerta del despacho lo llamó: “Lord Gascoyne…, Lord Gascoyne…” El rottweiler entró echando fuego por los ojos. “Lord Gascoyne…” Cerró la puerta cuando concluyó. “Me gustaría que se uniera al interrogatorio” Sintió la fuerza que emanaba de cada músculo de aquel formidable cuerpo. “Déjeme avisarle que, si vuelve a presentar un comportamiento violento con mi detenida, me veré en la necesidad de actuar como la vez anterior.” Observó de reojo como el magullado rostro de Grace se contraía con una mueca de terror; ¿qué habría ocurrido entre ellos? Pensó. “¿Lo ha entendido, milord?”

El aristócrata no le contestó, no le dio oportunidad de prepararse para lo que se avecinaba; lord Robert Arthur se abalanzó sobre Grace, apretándole el cuello con sus fornidas manos mientras le lanzaba todo tipo de insultos. Radcliff ya conocía cual era el punto débil de aquel rottweiler; y en esta ocasión fue más rápido, no usó su puño, sino un bate de cricket que había divisado en un rincón del despacho.

—¡Maldito estúpido! ¡Desgraciado! La mataré, y si te interpones, a ti también. Esta buscona merece morir. Te salvaron mis empleados en el jardín, y ahora este petimetre de tres al cuarto —escupió aquel lord inglés en el tembloroso rostro de la sirvienta. —No siempre habrá alguien para impedírmelo; y te juro que acabaré contigo.

—Duque de Wellesley… —Percibió que el dolor del segundo golpe había conseguido endurecer si cabe más las facciones de aquel rottweiler. —Duque de Wellesley… —Aquel noble deseaba destrozarlo, sus entrecerrados ojos no dejaban lugar a dudas. —Duque de Wellesley… —Al final consiguió que el aristócrata se calmara antes de que él terminara su ritual con un tono solemne. —Milord, si vuelve a agredir a la detenida, le juro por mi honor que le romperé este fabuloso bate en la cabeza —Tras asegurarse de que le había entendido se dirigió a Grace. —Y ahora, miss Duncan… —buscó calmarla con el tono de su voz. —Miss Duncan… — El terror que había visto antes en sus ojos había desaparecido; había sido sustituido por un brillo de determinación. —Miss Duncan… —Toda su experiencia como investigador le decía que estaba preparada para confesar. —Le agradecería que compartiera conmigo los motivos que le llevaron a acometer tal acto.

Al principio, el sonido que emitían los heridos labios de Grace era un leve susurro, trémulo y titubeante. Comenzó relatándole cómo había preparado y cometido el asesinato; cómo había aprovechado el barullo del servicio tras la fiesta; cómo depositó el té en la mesita de noche de la alcoba de la duquesa. Terminó confesándole que los había escuchado en el jardín después de recoger las violetas, y que el miedo la había empujado a huir.

—¿Me permite dirigirme a usted por su nombre? —Esperó a que le diera su consentimiento para continuar. —Grace… —Vio como un torrente de lágrimas asolaba el rostro de la mujer e intentó que su voz sonara lo más dulce posible. —Grace… —Por el rabillo del ojo confirmó que el duque seguía calmado; otro ataque en ese momento lo echaría todo a perder. —Grace… —Aquello que le había contado sobre el asesinato no le bastaba, su afilado cerebro le exigía más. —Lo que necesito saber es por qué lo hizo.

Observó, durante un instante, cómo los llorosos ojos de Grace habían fijado su atención en el rostro furibundo del duque que se mantenía erguido a duras penas junto al escritorio, luego, se dirigió a él y comenzó a narrarle el origen de su relación con el aristócrata. Tras hablar sobre su historia de amor; de los sentimientos que ella había alimentado hacia él, de las promesas rotas del noble; le confesó su embarazo. Podía ver el cariño y la sinceridad en los acuosos ojos de la mujer que en ese instante le estaba describiendo los primeros pasos de su retoño. Nunca había visto esa luz en ninguno de los rostros de sus padres, pensó, sino todo lo contrario, siempre había habido reproche y decepción.

—¡Lo mató! Apretó su delicado cuello hasta que dejó de respirar. ¡Él! Yo sólo quería que conociera a su hijo…, y lo mató. No pude detenerlo. No pude —los gritos desesperados de Grace le devolvieron a la realidad. —Debía pagar, debía sentir lo mismo que yo —Las lágrimas asolaban el rostro de la trémula sirvienta. —Pero dudé… Me arrepiento tanto. Ahora entiendo que la muerte de su hijo no me devolverá al mío —Fue testigo de cómo el cuerpo de Grace sucumbía a unos espasmos incontrolables una vez terminó su confesión.

Su corazón fue presa del silencio atronador en el que se quedó sumida toda la estancia cuando el llanto de la sirvienta se calmó.

—Detective Radcliff, creo que, dadas las circunstancias, debería hacerme cargo de la custodia de la asesina.

Irritado por aquellas palabras del lord, giró su indignado rostro hacia él, y con toda la tranquilidad que pudo reunir se dirigió hacia Grace, que permanecía inmóvil en la silla esperando su sentencia; con suma delicadeza la invitó a levantarse y tras inmovilizarle las manos la indicó que le siguiera.

—Esta mujer está detenida por asesinato y está bajo mi custodia —Percibió que los ojos suplicantes Grace le miraban anhelando que no cediera a las exigencias del noble. —Abandonará la residencia conmigo, el único representante policial al servicio de su Graciosa Majestad en esta casa —sentenció sin prestar la mayor atención a la iracunda mirada del caballero.

—¡Diablos! Escúcheme bufón, yo soy lord Robert Arthur Gascoyne, duque de Wellesley —El insulto y los gritos del noble sólo le provocaron que se afianzase más en su decisión.

—Y yo le repito milord, que soy el único representante policial al servicio de su Graciosa Majestad en esta casa —Sentenció instantes antes de que, junto a Grace, abandonara la mansión.

“¡Te mataré, como maté a tu bastardo! Lo juro por mi honor.” Los gritos del aristócrata, acompañarían a Radcliff a lo largo del camino que acababa de emprender.

Agneta Quill

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