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Briseida: la brisa sobre el agua

Capítulo 5.

Sus pequeños pies la habían llevado antes de la hora fijada al lugar de reunión. No había conseguido concentrarse en ningún quehacer desde el momento en que Flagrantio la había besado. Estaba muy nerviosa. ¿Debería confiar en él y contarle lo que la estaba sucediendo? El sabría lo que hacer. Era el heredero. Ningún otro gremio se atrevería a desafiar en justa al rey, ni a su hijo. Ni aquos, ni tardos, ni incluso eolos podrían competir en fuerza y poder con esta familia ígnea, y todos en el reino lo sabían. Y lo más importante, él la amaba.

—Hola Briseida, ¿llevas mucho tiempo esperando? —la voz del príncipe era suave como la seda.

—No, su alteza. Apenas unos minutos. —Era tan bello, tan perfecto.

—Acompáñame a la sala del trono. Me gustaría mostrarte algo. —Y extendió su fuerte mano hacia la muchacha que emocionada la sujetó, olvidando todo lo que la rodeaba.

Las voces cada vez eran más fuertes. Sin duda alguien estaba discutiendo acaloradamente. Se detuvieron en la puerta de entrada. Sus ojos no daban crédito a lo que veían: Flamitia movía sus brazos con violentos aspavientos acompañando a los sonidos estridentes que salían de sus labios. El hombre que era receptor de tal diatriba parecía estar absorto de todo lo que le rodeaba mientras se encontraba sentado en lo que parecía ser el trono. Briseida dedujo que debía ser el rey.

—Madre, ¿qué ocurre? —la voz de Flagrantio detuvo la discusión por un momento.

—Lo de siempre. ¿Qué hace ella aquí? Creía que había quedado todo claro. Pero… umm… a lo mejor… —Y la reina se sumió en sus pensamientos.

—Hijo, podrías presentarme a la bella joven que te acompaña. —la voz del rey era cálida y cariñosa.

—No. Creo que no va a ser necesario. De hecho, lo considero totalmente irrelevante dadas las circunstancias —Y una sonrisa casi malévola se dibujó en su rostro.

Briseida no fue consciente de lo que sucedió hasta bastante tiempo después, en ese instante solo podía percibir el chisporrotear de sus dedos.

–¡A mí la guardia! ¡A mí la guardia! –el grito furibundo de Flagrantio la hizo reaccionar.

¿Qué había ocurrido? No lo sabía. Briseida se vio arrodillada y cubierta de sangre junto al cadáver del rey, y con un cuchillo en sus manos. ¿Había sido ella?

Un tropel de guardias invadió la sala del trono, seguidos de un gran número de áureos. En sus caras se reflejaba el espanto de la imagen que tenían delante de ellos. Brisedia se giró buscando ayuda en su príncipe. El joven se encontraba arrodillado junto al cadáver de su padre, llorando y gritando. Su rostro estaba pálido y contraído. Junto a él, la reina se erigía como una sombra acechadora.

Continuará…

Agneta Quill

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