Otro cuento de hadas.

Anochecía, y su madre, por primera vez, se lo permitió. Sola, a través del sombrío parque, alumbrado apenas por algunas viejas farolas, el sonido de una desconocida voz la sobresaltó. Aun temblaba, pero con halagos y cortesías la engatusó. Arrobada, olvidando a su abuela, se dejó acompañar por aquel galán.

Sus feroces ojos, sus afiladas garras, su boca voraz; sobre su cuello, sus nalgas, sus pechos. Chilló, lo empujó… Huyó sin mirar atrás, sin ver su caperuza desgarrada salpicando de rojo las botas de aquel animal.

Agneta Quill

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