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Briseida: la brisa sobre el agua.

Capitulo 2.

Briseida se sentía perdida. No tenía muy claro por dónde empezar. Comenzó a deambular por todas las estancias que encontraba. Las telas que colgaban de las ventanas emanaban belleza y lujo dejando pasar una luz cálida que bañaba toda la habitación. Debía de encontrarse en la alcoba de una de Sus Majestades. Era preciosa. La enorme cama con dosel refulgía gracias al oro que la adornaba. Los muebles eran delicados, bellos y estaban coronados con jarrones repletos de flores frescas y fruslerías de todos los colores. Se acercó a lo que parecía ser una cómoda y vio su reflejo en el espejo situado encima de ella. Sus ojos pasaron de su blanco rostro a observar un bellísimo jarrón que estaba detrás de ella. Hipnotizada se acercó a la delicada obra de arte para admirarla mejor. El aroma de las rosas blancas inundó sus fosas nasales. Automáticamente alargó su pequeña mano para acariciar uno de sus pétalos. ¡Eran tan bellas!

—¿Quién eres? ¿Qué haces en mis aposentos? —una voz de hombre la sobresaltó.

Un relámpago atravesó su cuerpo hasta llegar a la punta de sus dedos. Y todo estalló. El florero se hizo mil pedazos y la realidad la sacudió de golpe. En su primer día ya había roto una de aquellas delicadas joyas.

—Perdón… Me llamo Briseida, hija de Tully de Villagris. Soy la nueva camarera. —Sus ojos cabizbajos se toparon con el rostro más bello que jamás había visto.

Tras unos segundos, que la resultaron eternos, prendida de aquellos ojos, se volvió para observar las rosas desparramadas en la alfombra junto a los pedazos de porcelana. ¿Qué había ocurrido?

—Perdóneme señor. Enseguida lo recojo todo. —Seguro que la despedían… Se arrodilló para recogerlo todo. Su níveo rostro se contrajo y una lágrima rodó por su mejilla. Siempre supo que desentonaría en aquel lugar.

—No te preocupes. Hay muchos más en todo el palacio. Levántate y déjame mirarte.

—No…, no puedo. Debo recogerlo todo y notificárselo a Amarine. —las palabras salieron entrecortadas junto a un sinfín de lágrimas.

—He dicho que te levantes. Aquí soy yo el que da las órdenes. —La voz del joven se había transformado en un rugido.

Briseida se incorporó de golpe. El llanto ya era a estas alturas incontrolable. Bajó su mirada. No quería ver el reproche en los ojos de él.

—Acércate. —Y la tomó de la mano y comenzó a girar alrededor de ella.

Todo se esfumó. El trabajo nuevo, los miedos, el jarrón roto… Sólo existían él y ella, en aquel lugar y en aquel momento. La joven levantó la cabeza lentamente hasta que sus ojos quedaron prendados de los de él. Era tan bello. ¿Quién sería? Deslizó la mirada hasta sus labios. ¿Que se sentiría al ser besada por aquel hombre? Esa duda taladraba la mente de Briseida mientras seguía girando al compás de una música que sólo ella podía escuchar.

Continuará…

Agneta Quill

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