Fantasía,Relatos Cortos

Filomena 2021

La nieve cada vez caía con más fuerza. Allí parado en la M-40, lo tuvo claro. Armándose de todo el valor que pudo encontrar en lo más profundo de su ser, salió a la carretera asumiendo que llegar a su destino iba a constituir un esfuerzo titánico.

Arrebujándose dentro del abrigo se dispuso a continuar. No veía nada, el gélido viento le había congelado hasta las pestañas. Hizo un alto en el camino, hacía algunos metros que había dejado de sentir los pies. Miró a su alrededor y algo llamó su atención: los coches habían desaparecido. Se frotó los ojos, una y otra vez, volvió a enforcar la mirada, pero allí seguía sin haber nada más que nieve y nieve. Debía continuar.

¡Joder! ¡Qué daño! Se había golpeado con algo. Se agachó lentamente, el frío le había agarrotado todos los músculos del cuerpo. No estaba preparado para lo que vio. Allí, tirado en mitad de la carretera, algún descerebrado había dejado abandonado algo que se asemejaba a un trineo

—¿Quién va? —una voz de ultratumba en inglés rasgó el silencio de la noche.

—Me llamo Jaime. ¡Qué alegría escucharle! Sabe dónde estamos —¡Por fin! Un alma perdida como él había venido a ayudarle.

—¡Bienaventurado el Divino! ¡Ha llegado la ayuda! —tras terminar esta frase, a su alrededor se arremolinaron varios hombres con extrañas vestimentas.

Estaba en shock, ¿quién en su sano juicio saldría así por Madrid? En su perplejidad, sólo pudo articular un “creo que se está equivocando”.

Tras unos momentos de confusión repletos de maldiciones, Jaime se atrevió a preguntar al desconocido. Éste se presentó como Falcon Scott, Capitán de la Marina Real. Se encontraba liderando la expedición “Terra Nova” para mayor gloria del Imperio Británico.

—Debemos regresar al campamento base, mis hombres se encuentran agotados y la tormenta está empeorando. No deberíamos perder más tiempo —dijo aquel extraño mientras se alejaba.

Como un animal perdido, Jaime decidió seguirles. No tenía claro que estaba ocurriendo, pero no quería estar solo en aquella tormenta.

Los pies cada vez pesaban más, la nieve les llegaba por encima de las rodillas, y la fuerza de la ventisca apenas les dejaba ver. No tenía claro cuánto tiempo llevaban andando, pero hacía algunos kilómetros que el frío había congelado sus extremidades.

—No podemos continuar en estas condiciones. Montaremos el campamento y pediremos ayuda. Caballeros, deberíamos encomendarnos al Altísimo y esperar que nos socorra —la voz del capitán se abrió paso a través del rugido de la tormenta.

Instalaron la tienda de campaña que llevaban guardada en uno de los trineos, mientras Scott intentaba ponerse en contacto por radio con la base. Estuvo junto al aparato horas, nadie contestaba. Fuera, el temporal arreciaba y en las caras de los hombres el cansancio y el miedo habían hecho mella. ¿Qué hacía él allí? Sólo quería llegar a casa cuando se bajó del coche y, sin saber dónde se encontraba, estaba sentado entre extraños.

—Base a Terra Nova, copiado. Enviaremos un equipo para rescatarles —El rostro del capitán se relajó al oír aquellas palabras.

El hielo hizo su trabajo. La fallida expedición “Terra Nova” desapareció engullida por la nieve de la Antártida, sepultando en sus entrañas los cuerpos de tres aguerridos británicos y el de un español despistado por un temporal de nieve llamado “Filomena”.

Agneta Quill

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