El cardo entre las rosas.
CAPÍTULO I
El sol de julio se filtraba a través de los cortinajes del despacho del Duque de Wellesley, augurando un cálido día en el condado de Somerset. Tres golpes secos en la puerta de la estancia anunciaron la presencia del detective, el cual entró y sin que el noble dispusiera de tiempo para saludarlo volvió a salir; y tras dar media vuelta, tornó por segunda vez a penetrar en la estancia para acto seguido abandonarla sin percatarse de que los ojos del lord se salían de sus órbitas. Lo repitió por tercera vez, y cuando el investigador concluyó, se encaminó al encuentro del hombre que, emitiendo resoplidos entrecortados, lo aguardaba en el centro de la sala
—Su excelencia, duque de Wellesley —dijo el hombre vestido con uniforme de policía. Se dirigió hacia la mesa principal y con los nudillos emitió tres golpes. —Su excelencia, duque de Wellesley —volvió a repetir tras una deliberada pausa. Ahora, el detective se encaminó hasta la mesita de las bebidas; dónde, con el puño cerrado, volvió a dar a la madera cómo había hecho antes. —Su excelencia, duque de Wellesley —reiteró por tercera vez el investigador. Ya situado frente al noble inglés; juntó sus pies y emitió un chasquido con las botas. —Se presenta ante usted, el detective James Radcliff, a su servicio y al de Su Graciosa Majestad.
—¿Demonios? —Los ojos abiertos y la mandíbula desencajada destacaban en las facciones del noble. —¡George! ¡Ven inmediatamente! —su grito retumbó por toda la mansión.
—Sí, milord —dijo el mayordomo, apareciendo segundos después de la llamada de su señor.
—¿Quién es este bufón? —preguntó Lord Robert Arthur Gascoyne, observando fijamente al detective, que absorto en algún punto indeterminado del techo de la estancia no paraba de devorar lo que restaba de sus malogradas uñas.
—El investigador que me mandó buscar, milord.
—Y el sheriff Perkins, ¿dónde está? —preguntó el noble mientras que con la mano derecha se mesaba el cabello.
—En Londres, milord. No regresará hasta dentro de dos días.
Tras gritar varias maldiciones y que el mayordomo abandonara el despacho cerrando la puerta tras de si; aquel honorable miembro de la cámara de los lores dirigió toda su atención al hombre moreno, vestido con uniforme policial que ahora se encontraba inspeccionando con suma atención el labrado de una de las patas del escritorio.
—Radcliff, me ha dicho, ¿verdad? —dijo mientras que se masajeaba las sienes. —¿Por dónde comienzo? Creo que lo mejor será que lo haga por el principio —Lord Gascoyne empezó a relatar todos los sucesos que habían acontecido en la mansión durante las últimas veinticuatro horas.
El discurso del hombre arrancó con la fiesta de la noche anterior, para luego continuar con sus rutinas diarias. Mientras, el servidor de la ley, se dedicó a caminar por toda la estancia, observando desde las estatuas que la adornaban hasta los delicados relieves de los muebles de caoba que ocupaban el centro del despacho, abstrayéndolo de aquello solo la cantidad de sudor que secaba de su frente. Lo hacía con un amarillento pañuelo que sacaba y guardaba, una y otra vez, del bolsillo de su casaca.
—¡Mi heredero está muerto! —gritó el duque, sobresaltando con ello al investigador.
—¿Su primogénito? —inquirió Radcliff a la par que volvía a extraer el pajizo pañuelo.
—¡Maldición! ¡Claro que es mi primogénito! —bramó el noble. —Además, sospecho que lo han asesinado.
—Lord Gascoyne… — Las cejas de Sir Robert Arthur se elevaron a la vez que su mandíbula caía al observar al detective. —Lord Gascoyne… — La vena del cuello del duque comenzó a palpitar mientras que sus nudillos se tornaban blancos por la presión que sus puños ejercían sobre el respaldo del sillón. —Lord Gascoyne… —Los resoplidos que escaparon de la garganta del aristócrata retumbaron en toda la sala. —¿Por qué cree que lo han asesinado?
—¡Dios me guarde! —exclamó el duque. —No lo sé, la única certeza que tengo es que mi hijo ayer se encontraba totalmente sano y hoy está muerto.
—¿Dónde encontraron el cadáver?
—En su cuna, en la habitación de su madre. —El rostro del lord se contrajo fuertemente. —Debo concederle que no es lo habitual, pero lady Petunia, siempre ha querido tenerlo cerca de ella, aunque si debo serle sincero, nunca he entendido el porqué.
—¿Podría inspeccionar los aposentos de la duquesa y el cadáver del bebé también?
—Por supuesto. Permítame que avise a alguien, para que pueda acompañarlo a las habitaciones de lady Petunia.
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El llanto de la madre le saludó antes de que atravesara por tres veces consecutivas la puerta de la alcoba. Allí, se encontró, medio tumbada entre los almohadones de la cama a la duquesa llorando descontroladamente; la dama que la intentaba calmar, emitió un grito de sorpresa, tras lo cual se incorporó dispuesta a encarar al intruso.
—¿Quién es usted? —le interrogó con voz aguda la mujer que sujetaba la temblorosa mano de la dueña de la mansión, que lo miraba con el rostro desencajado. —¿Cómo se atreve a irrumpir de este modo en los aposentos de la duquesa?
—Buenos días, miladys —saludó él, tras propinar tres golpes en el tocador abarrotado de todo tipo de productos femeninos. Las dos mujeres le observaban con estupor y terror en sus pálidos rostros.
—¿Podría abandonar el aposento de lady Wellesley? —La dama se colocó junto a la entrada de la estancia y con gesto arisco le indicó la salida.
—No —contestó secamente a la pregunta de la dama de compañía. —Permítanme que me presente ante ustedes: Detective Radcliff, a su servicio y al servicio de su Graciosa Majestad —contestó dirigiéndose hacia la mesita del té dispuesto a continuar con su ritual. —El duque me ha dado permiso para inspeccionar la escena del crimen —Casi consiguieron romperle los tímpanos los estridentes gemidos que emitió lady Petunia.
—¿Qué hace milord? La duquesa se encuentra indispuesta, como ve. ¿Podría dejarnos a solas? —Sus oídos no podían asimilar el sonido punzante que emitía aquella mujer cada vez que hablaba; sentía como ese graznido taladraba cada uno de los rincones de su cerebro, al igual que hacía con los de la mansión.
—Discúlpeme lady Gascoyne… —Los petrificados rostros de las dos damas no le pasaron desapercibidos. —Lady Gascoyne… —Volvió a pronunciar, según su ritual, el nombre de la dama ante la cara de asombro de las dos mujeres. —Lady Gascoyne… —Obviándolas, se dirigió a la mesilla de noche junto a la cual se encontraba el menudo cuerpo de la duquesa, que sobresaltada dejó escapar un grito de terror.
—¡Basta! ¡Márchese de mis aposentos! Lady Birdwhistle, por favor, haga que se vaya —Revisó toda la estancia en busca de la presencia de otra mesa, absorto en terminar su ritual y encarar la tarea de buscar pistas, mientras que la noble volvía a ser presa de un llanto asolador que vibraba a partes iguales en su cabeza y en toda la estancia decorada con tonos pasteles y dorados
—Me encantaría, pero en estos momentos me es imposible —concluyó, dirigiendo toda su atención al capazo situado junto a la madre. —Les tengo que solicitar que abandonen la habitación para poder llevar a cabo la correspondiente inspección de la escena del crimen —Elevó su mano derecha indicando a las damas la puerta abierta de la estancia, tras lo que la guardó entre los botones de la casaca y esperó a que las dos mujeres salieran para poder comenzar con sus pesquisas.
El cuerpo del niño estaba morado e inerte. ¿Había sido una muerte natural? Y si no lo había sido, ¿cómo lo habían matado?; ¿qué pruebas había dejado el asesino? Cuando retiró la manta que lo cubría pudo sentir el frío del cadáver a través de las ropas que llevaba todavía, por lo que dedujo que nadie había tocado al bebé tras su fallecimiento. Con sumo cuidado las apartó. Las marcas de unas manos en el cuello del niño captaron su atención. La indefensa criatura había sido asesinada, fue la conclusión a la que llegó Radcliff en aquel instante, pero tras aquella revelación, más preguntas le bombardearon durante el tiempo que dedicó a revisar minuciosamente la escena del crimen. Debía inspeccionar toda la habitación con suma atención; ¿por dónde comenzar? Lo primero que le llamó la atención fueron unos cabellos cuyo color parecía estar fuera de lugar entre las prístinas sabanas de capazo; recogió las fibras capilares y con sumo cuidado las depositó en el interior de uno de sus sobres para recoger pistas que siempre llevaba en el bolsillo de la casaca. Tras guardarlo continuó con su inspección lo que le llevó a tomar con sus huesudos dedos una taza abandonada en la mesita de noche, la cual instintivamente acercó a su experta nariz; reconoció inmediatamente el olor a perfume plomizo y alcanfor que desprendían los restos de té que aún contenía. Durante unos minutos analizó los hallazgos: el tono de los cabellos no coincidía ni con el de la duquesa ni con el de su dama de compañía; además estaban los residuos de la taza. Alguien, premeditadamente había conseguido sumir a la aristócrata en un sueño profundo…
CAPÍTULO II
Observó la puerta abierta del despacho del duque de Wellesley antes de atravesarla sus tres veces correspondientes. Sin prestar mayor atención al noble; en cuyo rostro había visto reflejada la ira más profunda en el momento en que le divisó a través del arco de la entrada; se dirigió primero a la mesa que presidía la estancia y la golpeó tres veces con los nudillos; instantes después hizo lo mismo con la de las bebidas. Una vez terminadas sus ceremoniosas costumbres, se dispuso a hablar con el atónito caballero que seguía inmóvil y boquiabierto observando cada uno de sus movimientos.
—Lord Gascoyne… —dijo cuadrándose delante del aristócrata. —Lord Gascoyne… —Podía sentir sobre él la mirada enfurecida del duque. —Lord Gascoyne… —continuó a pesar de los bufidos del noble. —Lamento informarle de que tenía razón; su hijo ha sido asesinado. Creo conveniente que reúna a todos los habitantes de la mansión para poder interrogarlos —¿Por qué aquel lord inglés tenía siempre ese rictus de perplejidad en su rostro? se preguntó Radcliff antes de continuar. —Esperaré en el salón —concluyó segundos antes de abandonar la estancia sin ofrecer oportunidad de réplica al pasmado noble.
El majestuoso salón de la mansión de verano de los duques de Wellesley estaba repleto con todas las personas que habitaban aquella grandiosa construcción del año 1802. Todos cuchicheaban ante la severa mirada de su amo; todos menos dos que se mantenían en silencio.
El detective Radcliff apoyado contra el papel morado de la pared, salpicado con mariposas doradas y diversos motivos florales, seguía con la mirada cada movimiento y cada gesto de los diferentes sirvientes que hacía apenas unos minutos habían ocupado parte del espacio de aquella majestuosa sala. Lady Petunia junto a lady Birdwhistle, que intentaba consolarla, estaban acomodadas en unos sillones de terciopelo fucsia junto al duque, el cual se mantenía regiamente erguido, con el pecho henchido, los hombros alzados, y mirando fijamente a todos los que allí se habían congregado.
—Cómo algunos ya sabrán, anoche asesinaron a mi primogénito. Les ruego que presten toda su colaboración en la investigación que va a llevar a cabo el detective Radcliff — dijo señalando al investigador, que en aquellos momentos contemplaba con ojos brillantes sus uñas medio mordidas de la mano izquierda.
—Comience por el ama de llaves, la señora Woods —indicó el duque a la par que una mujer de mediana edad y extremadamente delgada daba un paso adelante. —Ella es sabedora de todo lo que ocurre en esta casa.
—Como guste milord —señaló el ama de llaves elevando el gesto y con ello su nariz aguileña.
—No —Fue la contestación de Radcliff, que ocultó su mano entre los botones de la casaca. —Me gustaría empezar por Lady Gascoyne… —La dama dio un pequeño respingo al escuchar su nombre en labios del representante de la ley. — Lady Gascoyne… — La atónita mirada de todos los presentes lo observaba con la mandíbula desencajada. —Lady Gascoyne… —El duque con los dientes apretados se mesaba los cabellos con movimientos nerviosos.
—Cómo quiera —contestó el noble exhalando un suspiro de frustración. —Pero acabe rápido con esta pantomima —el detective observó cómo la desdeñosa mirada del aristócrata se dirigía hacia su esposa que lloraba compungida junto a él. —Se lo digo por su propio bien —gritó el noble a la par que tensaba todos los músculos del rostro y se le hinchaba una de las venas del cuello.
Lentamente, sin prisa, el servidor de la justicia se dirigió hacia el lugar en el que se encontraban la duquesa y su dama de compañía. Tras repetir de nuevo tres veces el nombre de la dama con sus tres pausas consecutivas, comenzó a interrogarla sobre la noche anterior.
—La fiesta fue maravillosa, un éxito total —sonrió. —Jamás hubiera sospechado que ocurriría la desgracia que nos asola en este momento —Sollozó. —Asistieron todos, incluso la vizcondesa de Midleton. ¡Que vestidos! ¡Todos eran maravillosos! Pero nadie imaginó lo que luego sucedería, ¡Nadie! —gritó entre lágrimas la duquesa. —¿Y los peinados? ¡Grandiosos! Todo era perfecto hasta… —Suspiró.
—Disculpe milady; lo que necesito que me cuente es cuando vio vivo a su hijo por última vez y lo que sucedió después.
—Cuando terminó el baile, subí a mis aposentos junto a lady Birdwhistle —contestó tras cerrar los ojos durante unos segundos. —Me ayudó a prepararme para dormir. Y eso es todo, detective —la dama volvió a bajar los párpados. —No sé si podré soportar esta angustia y este dolor. ¿Qué piensa usted, lady Birdwhistle?
—Disculpe de nuevo, milady. ¿No recuerda nada más de aquella noche? ¿Inmediatamente, después de que la ayudase su dama de compañía, se dispuso a dormir? —inquirió Radcliff.
—Por supuesto que no —Sacó un pañuelo de seda, decorado por pequeñas violetas ribeteadas en hilo de oro, con el que secó una lágrima. —Observé como dormía mi hijo plácidamente. ¿Qué madre se piensa usted que soy? Yo adoraba a mi pequeño… Incluso dormía conmigo en mi habitación. ¿Qué dama de la alta sociedad hace eso? —La voz de la mujer se convirtió en un chillido. —Ninguna, aunque, ahora que lo pienso, no sé si será importante o no, pero me tomé mi té, como todas las noches.
—Disculpe de nuevo milady —volvió a interrumpir Radcliff. —¿Quién le subió el té?
—La señora Woods, como siempre.
—¿Es eso cierto, señora Woods? —preguntó a la sirvienta que todavía se mantenía un paso por delante del resto de la servidumbre.
—No; tras la fiesta me dediqué a devolver el orden habitual a cada rincón de la mansión y olvidé el té de la señora —contestó arrugando la frente, mientras que los rostros, de todos los allí presentes, se giraron hacia la dueña de la casa.
—No lo recuerdo —continuó la duquesa. —Debe entender que yo estaba agotada por todos los preparativos de la fiesta y no me fijé en quién subió el té. Lady Birdwhistle, ¿lo recuerda usted? —preguntó la dama.
—No, milady; no lo recuerdo.
—No se preocupe, lady Birdwhistle… —Los ojos de la mujer se fijaron en el rostro del detective al igual que el de los demás que los acompañaban en el salón. —Lady Birdwhistle… —El ayudante de cámara del duque se atragantó a la par que su mirada buscaba la del duque. —Lady Birdwhistle… —concluyó Radcliff; tras lo cual continuó interrogando al resto de la servidumbre.
Habló con todos; les preguntó sobre dónde habían estado, qué habían hecho durante las horas en las que se produjo el asesinato del bebé. Comenzó por la señora Woods; quien tras dirigir la mirada hacia lady Petunia y mover la cabeza de un lado a otro arrugando su aguileña nariz, invocó el nombre de lady Isabelle, la difunta esposa del duque de Wellesley, exclamando al aire que la muerte del heredero no hubiera ocurrido si esta hubiera estado viva; tras lo que le confirmó que no había visto nada extraño la noche anterior; luego pasó a George, el mayordomo personal del duque, que sólo contestó con monosílabos a las preguntas, sin ofrecerle ningún dato relevante; continuó con Grace, una joven sirvienta, la cual le informó de que había sido nodriza con anterioridad, pero que ahora trabajaba como ayudante en las cocinas en la mansión, dónde llevaba apenas un mes.
—¡Maldición! —bramó el duque; los ojos de Radcliff se abrieron de par en par interrumpiendo su interrogatorio a Grace, quién dejó escapar un grito de sorpresa acompañado por un súbito espasmo, que casi logra quitarle el pañuelo que la recogía el cabello.
Ante el pálido rostro de todos, el noble abandonó el salón; y un silencio denso se adueñó de los allí presentes que se miraban alternativamente unos a otros, buscando respuesta a la actitud del lord.
Instantes después, sin haberse repuesto del sobresalto de la salida del señor de la mansión, fue Lady Petunia quién sin previo aviso abandonó el salón tras los pasos de su esposo. Radcliff, frente a aquella escenificación improvisada, dio por finalizado el interrogatorio. << ¿Por qué el duque ha abandonado tan precipitadamente el salón? ¿Y la duquesa? ¿Qué esconden? >> Allí ocurría algo extraño, su instinto policial se lo repetía una y otra vez, por lo que tras esperar unos segundos se dispuso a buscar a los duques y averiguar el motivo de su actitud.
CAPÍTULO III
La rica tela del cortinaje bermellón lo acariciaba como si de un abrazo cálido se tratase. Con las yemas de sus huesudos dedos rozó el tacto de aquel terciopelo y un escalofrío de placer recorrió cada una de sus fibras nerviosas. Durante un breve lapso de tiempo se abstrajo de toda la riqueza y opulencia que le rodeaba en el pasillo de la mansión y sólo fue consciente de las sensaciones que cabalgan por sus venas. Adoraba palpar a hurtadillas los diferentes tejidos, notar sus desiguales texturas y paladear las sensaciones que le provocaban cada uno de ellos, y aquel terciopelo de damasco era de lo mejor que había tocado en su vida.
Haciendo un esfuerzo por abandonar aquellas emociones; regresó a la realidad de su escondite tras las cortinas de una de las ventanas del pasillo. Las voces y los gritos de la discusión que se estaba produciendo en el despacho le llegaban fragmentadas. Aguzó el oído, hablaban de unas cartas, y de una mujer como la causa del asesinato del bebé.
—¿Otra mujer? La paciencia se me agotó. —Tras lo que el duque bajo el tono de voz, que quedó opacado por el llanto histérico de su mujer; y después de unos minutos de gritos y lágrimas, James continúo escuchando. —Debí desconfiar de la premura que tenía tu padre en entregarme la dote… —Aquello era lo primero coherente que llegaba a sus oídos. Se removió en su escondite, necesitaba captar algo más de información—. ¡Estás loca! Cómo toda tu maldita familia. —Aquella puerta cerrada sólo le permitía percibir algunas frases inconexas—. Estoy cansado de todos tus disparates. ¡Nunca debí casarme contigo! —El grito de lord Gascoyne le sobresaltó—. Yo sólo tenía un hijo, que era el tuyo también. Mi heredero, no lo olvides mujer, y tus desvaríos han acabado con su vida.
Cerró los ojos y se concentró; todos sus sentidos desaparecieron, para permitir que sus orejas pudieran captar cada uno de los matices de la conversación que se estaba desarrollando en el despacho. La voz severa de lord Gascoyne seguía increpando a su esposa entre gritos e insultos, mientras que ella, entre lágrimas aseveraba que la muerte de su hijo era un castigo divino por la vida disoluta que su esposo llevaba; saltando de cama en cama.
No estaba preparado, cuando la puerta se abrió sin previo aviso; vio como la duquesa salía primero, dejando tras de sí el sonido del revuelo de las faldas mezclado con el llanto incontrolable que la asolaba el rostro. Radcliff aguardó en silencio, parapetado en su escondite, hasta que instantes después, observó cómo el duque cruzaba la puerta de la estancia, dirigiéndose en dirección contraria a la que había tomado su esposa.
Miró tres veces seguidas hacia la izquierda, y luego otras tres hacia la derecha; no divisó a nadie y con paso seguro se dirigió al arco de entrada del despacho. Con todo el sigilo que pudo, atravesó tres veces la puerta y tras ello se encaminó hacia la mesa principal de la sala, dónde propino los tres golpes pertinentes para acto seguido obrar de la misma forma en la mesita de las bebidas; todo ello con la mayor ligereza que le fue posible.
Una vez cumplido su ceremonial, se dispuso a inspeccionar cada rincón de la estancia; revisó desde las librerías repletas de volúmenes que abarcaban compendios de agricultura y clásicos como la Ilíada, hasta los cajones de la gran mesa de caoba que presidía, junto a un lujoso sillón de cuero; pero de toda la habitación, solamente le llamaron la atención, lo que parecían ser los fragmentos de unas cartas rotas en un momento de furia.
Vaciló, y durante unos instantes en los que masticó los restos de la uña de su meñique izquierdo, dudó seriamente en tomar aquella correspondencia ajena y leer su contenido.
Ganó su curiosidad y tomando los pedazos de papel, los unió y leyó las palabras que contenían. Allí reflejada con letra femenina estaba la confirmación de una relación extramatrimonial del duque con una sirvienta en la mansión de las tierras escocesas, la cual le había proporcionado, dos años antes, un bastardo al duque. De todo lo que observó, lo que realmente golpeó su corazón, fue la tristeza y el dolor que se entreveían en las desgarradoras palabras de aquella mujer; amaba al duque pese a que éste odiaba a su bebé.
Dos horas después de haber encontrado las devastadoras misivas y tras hablar con los duques y lady Birdwhistle decidió salir a los jardines; el paseo y un poco de aire fresco le ayudarían a despejar su enmarañada mente.
A lo largo del camino, pudo apreciar la belleza de la irregularidad de aquella naturaleza a la que se le había dado la libertad de crecer fuera de los cánones establecidos por una rígida sociedad que vivía condicionada por viejos estándares de perfección. Había sufrido aquella hipocresía una y mil veces, desde su niñez, con los abusos de un padre que siempre odió su forma de ser, hasta su madurez en Londres, dónde en el laboratorio del doctor Bond sólo se le había juzgado por las apariencias nunca por la verdad; verdad que sus compañeros habían dejado de lado a pesar de su juramento de serle fiel.
Tan aborto se encontraba en sus cavilaciones, que no se dio cuenta de la nerviosa mujer que acababa de chocar con él, hasta que su sedosa voz le preguntó cómo se encontraba.
—Bien —contestó titubeantemente prendado de los ojos de gata de la chica que estaba sentada junto a él en uno de los caminos del jardín.
Alargó el brazo para tomar del suelo y devolver a su dueña el pañuelo que instantes antes de su encontronazo ella llevaba en la cabeza. El tacto del suave lino atrapó todos sus sentidos. Deslizó la tela entre las yemas de los dedos…, los tenues cuadros, de distintos colores, dibujados en el tejido cambiaban de color dependiendo de la incidencia de la luz en ellos. El roce delicado de aquel pedazo de paño le trasladó a otro tiempo, a otro lugar. El pañuelo de tartán se había convertido en otro multicolor y su dueña era otra mujer.
—Lo siento milord —se excusó la chica, interrumpiendo sus pensamientos —Tendrá que disculparme, pero si se encuentra bien, debo continuar mi camino. ¿Podría devolvérmelo? —Su voz era como un bálsamo en sus lastimados oídos. —La señora Woods me ha enviado a buscar unas flores para decorar la habitación de lady Wellesley —Observó cómo se incorporaba sin necesidad de su ayuda, dispuesta a marcharse, después de arrebatarle el pañuelo de sus repugnantes manos. El balanceo de los regios pechos de nodriza hipnotizó su mirada; provocándole inmediatamente que sintiera como ciertas partes de su anatomía eran presas de un calor intenso.
—Espere, no recuerdo su nombre —inquirió mientras se incorporaba, intentando controlar el terremoto de sensaciones que lo sacudían en aquel momento. —Me gustaría saber cómo se llama. —Ocultó a la vista de la muchacha sus uñas mordidas y la clara respuesta de su cuerpo a las sinuosas curvas de ella.
—Grace Duncan, milord.
—Grace… — susurró para sí mismo. —Grace… —No observó sorpresa ni enojo en el bello rostro femenino—Grace… — Instintivamente buscó el tacto del ajado pañuelo que guardaba en uno de los bolsillos de su casaca, a la par, que su mirada se prendía en el rojo cabello de aquella chica. —Eres pelirroja.
—Sí milord. Discúlpeme, pero debo irme —Percibió una nota de temor en las palabras de la mujer.
—Espere —Le tomó la mano, en un intento de retenerla; necesitaba alargar aquel momento. —Me gustaría hablar con usted
—Ahora no puedo milord. La señora Woods se enfadará si no regreso pronto con las flores —Sólo pudo sentir como aquella delicada mano se desligó de la suya propia mientras contemplaba inmóvil a la muchacha alejarse por la senda del jardín.
El sonido del viento meciendo las ramas de un tilo le devolvió a la realidad; durante los minutos posteriores a la partida de Grace, había permanecido sumido en el vacío de su mente, intentando abstraerse de todo lo que sucedía a su alrededor. El encuentro con aquella sirvienta había avivado sensaciones que creía olvidadas, pero más allá de todo eso, había algo en ella que lo perturbaba. Aquella mujer, su voz, su contacto, su pelo…, le habían reconfortado en lo más recóndito de su ser, pero en lo más profundo de él, sabía que había algo en ella que lo alteraba. Su mente no era capaz de encontrarlo, y aquello lo desconcertaba profundamente. << ¿Qué se me escapa? ¿Qué oculta tu roja melena? >> Dando vueltas a esa cuestión decidió continuar con su agradable paseo por aquel majestuoso jardín, tenía demasiados asuntos en los que pensar y el aire veraniego le ayudaría a ordenar sus ideas, además de los restos de las uñas que todavía no había devorado.
<< ¡El cabello! >>, la imagen de la pelirroja cabellera de Grace se volvió a dibujar ante sus ojos; << ¡repámpanos! ¿Cómo he estado tan ciego? >>, se recriminó, mientras encaminaba sus pasos hacia la mansión. Necesitaba volver a interrogar a la señora Woods y por supuesto a lady Birdwhistle; aquella mujer le había sembrado muchas dudas cuando había hablado con ella.
Recordó dicha conversación; la que, tras recomponer y leer las cartas, había tenido con los duques en la salita del té; momentos antes de salir al jardín. Les había abordado desde el principio con preguntas sobre su relación matrimonial y las infidelidades del lord, que a esas alturas él ya había dado por confirmadas.
Lo que le había sorprendido era que lady Gascoyne culpara a su dama de compañía de ser la amante de su esposo; y más allá de aquella descabezada insidia, lo que realmente le había pillado por sorpresa, fue que ante su afirmación de que el asesino del heredero del ducado de Wellesley era una mujer, la duquesa no sólo se había reafirmado en sus palabras, sino que había acusado también a la dama de compañía de la muerte de su hijo.
<< ¡La aristocracia! >>, pensó Radcliff mientras que en su rostro se dibujaba una media sonrisa.
Su mente regresó de nuevo a aquella extraña reunión, al momento en el que lady Birdwhistle había hecho su aparición; ¡los agravios que aquella sirvienta había vertido sobre lady Gascoyne, cuando se vio amenazada por la acusación de la duquesa!
<< ¡Mujeres! >>, reflexionó antes de evocar como se había puesto en entredicho la salud mental de lady Petunia en aquella salita de té tanto por parte del duque como por la de su dama de compañía. << ¡Maldición! >> Hasta su marido la había señalado como la asesina de su propio hijo ante los gritos desesperados de la duquesa que se había desmayado delante de todos. << ¿Qué clase de caballero es este duque? >>, se preguntó al recordar que incluso después de ver a su esposa totalmente inconsciente, aquel flemático lord inglés le había ordenado que la detuviera. << ¿Por qué la culpa del asesinato? >>, la pregunta le perseguía desde que había salido de aquella habitación, dejándola sumida en el desconcierto y el más absoluto de los caos.
Cómo si con sus pensamientos lo hubiera invocado, ante él surgió la impresionante figura del duque de Wellesley.
—Milord, que bien que le encuentro. Me dirigía hacia la mansión para compartir con usted mis avances en la investigación —dijo interceptándole. —Creo saber quién es la asesina —Y evitando que el noble fuera consciente de ello, alargó disimuladamente su mano y rozó con las yemas de los dedos la áspera lana de la chaqueta del caballero. Su textura era cálida y se veía resistente frente al paso del tiempo.
—¿La duquesa? Seguro, ya le dije que esta desequilibrada. Nunca debería haberme casado con ella. Me engañaron vilmente; sus padres, los vizcondes de Grendwille me lo ocultaron. Querían un ducado…
Sus sentidos seguían perdidos en las sensaciones que la dura sarga negra, con la que vestía el lord inglés, le habían transmitido hacía apenas unos segundos. Nunca había tocado un tweed de tanta calidad; su prestancia le había sorprendido; pero la impresión que sus dedos habían tenido de aquella tela, se alejaba bastante de lo que a simple vista aparentaba.
—No, milord. No fue la duquesa.
—Entonces, ¿quién fue? —la pregunta del duque, no consiguió que dejara de lado las valoraciones sobre el paño de la chaqueta.
Era un digno material para un aún más digno representante de la cámara de los lores. Sin embargo, a pesar de su suave tacto, del brillo que desprendía bajo los cálidos rayos de sol, no había sido un contacto agradable, sino todo lo contrario. No sabía identificar como habían fabricado el tejido para aquella chaqueta, pero le provocaba escalofríos en la base de la nuca, como los que siempre había sentido cuando, a escondidas, por miedo a las represalias, había acariciado la casaca de su padre.
—La única dama pelirroja que habita en la mansión. Considero que deberíamos interrogarla en este mismo momento —Un grito femenino de pánico le interrumpió.
No muy lejos de ellos, vio a Grace Duncan paralizada con un majestuoso ramo de violetas a sus pies. << Seguro que nos ha escuchado >>, pensó, segundos antes de ver cómo ella se recogía las enaguas y emprendía una desaforada fuga a través de aquel maravilloso jardín.
—¡Tú! ¡Maldición! —le escupió lord Gascoyne, mientras él lo observaba atónito —¡Escoria! ¡Debí acabar contigo cuando tuve la oportunidad!
Sin mediar con él palabra alguna, el caballero se precipitó como alma que llevara el diablo detrás de la ayudante de cocina. Allí había algo que no encajaba; seguro. << ¿Qué motivos tiene esta chica para asesinar con sus propias manos a un bebé indefenso? Aquí hay algo más. >> Su mente daba vueltas y más vueltas; ¿por qué había reaccionado así el duque? ¿Existía alguna otra relación entre él y Grace, aparte de la de amo y sirvienta? ¿Qué ocultaba aquel asesinato? ¿Qué pieza le faltaba para resolver aquel puzle?; no lograba encontrar respuestas a sus preguntas, mientras se dirigía hacia la mansión, dispuesto a hallar las que su cerebro no conseguía dilucidar por sí solo. No acababa de entender los motivos de aquel asesinato. Lo que si tenía claro era que a aquel puzle le faltaban piezas; además, las reacciones del duque ante la presencia de Grace Duncan avivaban sus sospechas de que todo aquel asunto encerraba algo más profundo de lo que se percibía a simple vista: el dolor de un padre por la muerte de su hijo.
CAPÍTULO IV
El detective James Radcliff acaba de salir del despacho junto a lady Birdwhistle cuando se precipitó en la mansión un gran número de hombres junto al duque y a Grace Duncan. Las ropas de la sirvienta estaban desgarradas, llenas de tierra y restos de plantas del jardín. Su rostro se encontraba magullado y de su boca y nariz manaban dos ríos sanguinolentos que empapaban la nívea blusa. Las duras facciones del duque estaban contraídas, las aletas de su nariz se movían frenéticamente, los blancos dientes asomaban a través de su rígida boca y varios arañazos le surcaban el cuello. La chaqueta del aristócrata estaba arrugada y hecha trizas, y también mostraba rastros de barro, al igual que su camisa, hecha jirones y manchada con salpicaduras de sangre, que le colgaba del pantalón mostrando así su velludo pecho.
Sin mediar palabra con ninguno, el investigador se dirigió hacia la ayudante de cocina. “Grace…” El detective esperó a que la mujer levantara el rostro. “Grace…” La sirvienta, entrecerró los párpados y miró directamente a los ojos de Radcliff. “Grace…” la llamó una tercera vez, y el cuerpo de la sirvienta tembló. “A partir de este momento, usted se encuentra bajo custodia policial. Por favor, acompáñeme para llevar a cabo el interrogatorio pertinente.” le indicó Radcliff.
Lord Gascoyne siguió a los dos al interior de su propio despacho. El detective ejecutó tres salidas y tres entradas consecutivas, tras lo que el duque cerró la puerta tras de sí, aislando a los tres del resto de los habitantes de la casa.
“Siéntese Grace” le indicó el representante de la ley, mientras que con los nudillos golpeaba tres veces el escritorio, para acto seguido hacerlo del mismo modo en la mesita de las bebidas, mientras que los dientes del noble, que se encontraba apoyado junto a una estantería, chirriaban. Las pupilas contraídas del caballero estaban fijas en cada uno de los movimientos de la sirvienta, la cual se había acomodado en una de las sillas; había bajado la mirada, dirigiéndola a algún punto invisible del suelo del despacho mientras que había entrelazado las manos sobre su regazo.
—¡Diablos! —gritó el duque mientras se abalanzaba sobre el tembloroso cuerpo femenino. —¡Maldita, pagarás con tu vida! —Los puños del hombre golpeaban el ya magullado rostro de la chica.
—¿Qué hace milord? —preguntó James, estupefacto ante la visión de la violenta reacción del noble. —Déjela, la va a matar.
Una vez superada la sorpresa inicial, se abalanzó sobre el noble. Estaba en desventaja ante el fornido duque que en aquel instante apretaba el cuello de Grace con una furia desmedida. Intentó primero liberarla colgándose de la hercúlea espalda de su contrincante, que con un leve movimiento de hombros lo lanzó al otro extremo de la estancia. Allí, sentado en el suelo, estudió la situación; << ¿Cómo lo detengo? >>, se preguntó, y tras unos segundos de duda, vislumbró la solución.
Rápidamente se irguió y se dirigió hacia el corpulento espécimen humano que intentaba acabar con la vida de la indefensa mujer. Con un movimiento raudo, lanzó su puño a la entrepierna del caballero que lanzó una sarta de maldiciones a la vez que liberaba el cuello de su víctima.
—¡Márchese! —gritó. —Aquí la ley soy yo —Sentía el sudor frío perlándose en su frente, fruto del enfrentamiento con aquel rottweiler.
—Esta escoria mató a mi hijo. Debe morir —El odio que desprendían los ojos del noble le encogieron el corazón.
—¡Márchese o tendré que detenerle!
Fue testigo; tras unos instantes, en los que fue presa de la duda, de cómo lord Gascoyne abandonaba el despacho propinando tal portazo que consiguió hacerle temblar al igual que lo hicieron los cimientos de la mansión; y del suspiro de liberación que, tras ello, oyó salir de los labios de Grace.
Entre aquel animal y aquella sirvienta había ocurrido algo que se le escapaba; eso estaba claro; y la conversación que había mantenido con la señora Woods y con lady Birdwhistle momentos antes de que la partida de búsqueda llegara a la mansión sólo había acrecentado sus sospechas sobre ello.
El ama de llaves había sido muy clara, tanto cuando vertió toda su malicia sobre la esposa del duque, como cuando le indicó que había registrado las pertenencias de su nueva empleada Grace. Le informó que la nueva ayudante llevaba trabajando con ellos apenas un mes, que a pesar de lo joven que era, había encontrado un guardapelo entre sus ropas con mechones cobrizos y que tenía ascendencia escocesa, para ser más exactos, era oriunda de Inverness.
En ese punto, mientras hablaba con la señora Woods, James había comenzado a encajar todas las piezas. Cuando escuchó cual era el origen de Grace, la imagen de los restos de las misivas que había encontrado en el despacho del lord; enviadas desde tierras escocesas y escritas con caligrafía femenina; se dibujaron en su mente. << ¿Esa etérea criatura es la amante de este desquiciado rottweiler? ¡Dios me guarde! >>, había pensado momentos después de que terminara su interrogatorio del ama de llaves. Todas las pruebas apuntaban en esa misma dirección, pero había algo en lo más profundo de su ser que se rebelaba contra aquella evidencia, provocando una batalla encarnizada entre su raciocinio y su corazón.
Sin embargo, había sido su conversación con la dama de compañía la que había añadido otra pieza a aquel rompecabezas; para extrañeza de todos, el lord de aquellas tierras hacía ya más de un año que no visitaba sus predios en las Highlands. Los rumores hablaban de que el aristócrata huía de una relación indebida con una criada de su propio castillo.
Regresó a la realidad del despacho, James se giró hacia la temblorosa criatura que seguía con la mirada perdida, y le expuso sus sospechas: el hallazgo del cabello rojizo en el capazo del bebé, la taza con restos de láudano junto a la cama de la duquesa. Ella era la única persona pelirroja en la mansión, tuvo la oportunidad de escabullirse de la cocina y subir la bebida con la droga a los aposentos de lady Gascoyne aprovechando la confusión tras la fiesta. Sabía que era la asesina del heredero del duque de Wellesley, pero desconocía el porqué.
Observó cómo Grace, tras levantar el rostro ensangrentado y mirarle a los ojos durante unos instantes, volvía a bajarlo sin que él lograra escuchar ningún sonido de sus malheridos labios.
Volvió a la carga, cada vez más nervioso, hacía rato que había terminado con los últimos resquicios de sus uñas. Primero le habló del conocimiento que tenía de su relación con el duque, luego del hallazgo de sus cartas, y continuó con la confirmación de su procedencia escocesa.
—Sé que asesinaste al hijo de los duques de Wellesley, y aunque todo apunte a que sea una venganza por el abandono de milord, mi mente se niega a aceptar que ese sea el verdadero motivo de tu atroz conducta. Por última vez, ¿por qué mataste al bebé? —Sabía que aquella mujer que a duras penas se tenía sentada frente a él, no iba a hablar; su silencio sepulcral y la ausencia de cualquier movimiento de su cuerpo le confirmaron que debía buscar otro modo para conseguir que el interrogatorio fuera un éxito.
Tomó una decisión arriesgada y abriendo la puerta del despacho lo llamó: “Lord Gascoyne…, Lord Gascoyne…” El rottweiler entró echando fuego por los ojos. “Lord Gascoyne…” Cerró la puerta cuando concluyó. “Me gustaría que se uniera al interrogatorio” Sintió la fuerza que emanaba de cada músculo de aquel formidable cuerpo. “Déjeme avisarle que, si vuelve a presentar un comportamiento violento con mi detenida, me veré en la necesidad de actuar como la vez anterior.” Observó de reojo como el magullado rostro de Grace se contraía con una mueca de terror; ¿qué habría ocurrido entre ellos? Pensó. “¿Lo ha entendido, milord?”
El aristócrata no le contestó, no le dio oportunidad de prepararse para lo que se avecinaba; lord Robert Arthur se abalanzó sobre Grace, apretándole el cuello con sus fornidas manos mientras le lanzaba todo tipo de insultos. Radcliff ya conocía cual era el punto débil de aquel rottweiler; y en esta ocasión fue más rápido, no usó su puño, sino un bate de cricket que había divisado en un rincón del despacho.
—¡Maldito estúpido! ¡Desgraciado! La mataré, y si te interpones, a ti también. Esta buscona merece morir. Te salvaron mis empleados en el jardín, y ahora este petimetre de tres al cuarto —escupió aquel lord inglés en el tembloroso rostro de la sirvienta. —No siempre habrá alguien para impedírmelo; y te juro que acabaré contigo.
—Duque de Wellesley… —Percibió que el dolor del segundo golpe había conseguido endurecer si cabe más las facciones de aquel rottweiler. —Duque de Wellesley… —Aquel noble deseaba destrozarlo, sus entrecerrados ojos no dejaban lugar a dudas. —Duque de Wellesley… —Al final consiguió que el aristócrata se calmara antes de que él terminara su ritual con un tono solemne. —Milord, si vuelve a agredir a la detenida, le juro por mi honor que le romperé este fabuloso bate en la cabeza —Tras asegurarse de que le había entendido se dirigió a Grace. —Y ahora, miss Duncan… —buscó calmarla con el tono de su voz. —Miss Duncan… — El terror que había visto antes en sus ojos había desaparecido; había sido sustituido por un brillo de determinación. —Miss Duncan… —Toda su experiencia como investigador le decía que estaba preparada para confesar. —Le agradecería que compartiera conmigo los motivos que le llevaron a acometer tal acto.
Al principio, el sonido que emitían los heridos labios de Grace era un leve susurro, trémulo y titubeante. Comenzó relatándole cómo había preparado y cometido el asesinato; cómo había aprovechado el barullo del servicio tras la fiesta; cómo depositó el té en la mesita de noche de la alcoba de la duquesa. Terminó confesándole que los había escuchado en el jardín después de recoger las violetas, y que el miedo la había empujado a huir.
—¿Me permite dirigirme a usted por su nombre? —Esperó a que le diera su consentimiento para continuar. —Grace… —Vio como un torrente de lágrimas asolaba el rostro de la mujer e intentó que su voz sonara lo más dulce posible. —Grace… —Por el rabillo del ojo confirmó que el duque seguía calmado; otro ataque en ese momento lo echaría todo a perder. —Grace… —Aquello que le había contado sobre el asesinato no le bastaba, su afilado cerebro le exigía más. —Lo que necesito saber es por qué lo hizo.
Observó, durante un instante, cómo los llorosos ojos de Grace habían fijado su atención en el rostro furibundo del duque que se mantenía erguido a duras penas junto al escritorio, luego, se dirigió a él y comenzó a narrarle el origen de su relación con el aristócrata. Tras hablar sobre su historia de amor; de los sentimientos que ella había alimentado hacia él, de las promesas rotas del noble; le confesó su embarazo. Podía ver el cariño y la sinceridad en los acuosos ojos de la mujer que en ese instante le estaba describiendo los primeros pasos de su retoño. Nunca había visto esa luz en ninguno de los rostros de sus padres, pensó, sino todo lo contrario, siempre había habido reproche y decepción.
—¡Lo mató! Apretó su delicado cuello hasta que dejó de respirar. ¡Él! Yo sólo quería que conociera a su hijo…, y lo mató. No pude detenerlo. No pude —los gritos desesperados de Grace le devolvieron a la realidad. —Debía pagar, debía sentir lo mismo que yo —Las lágrimas asolaban el rostro de la trémula sirvienta. —Pero dudé… Me arrepiento tanto. Ahora entiendo que la muerte de su hijo no me devolverá al mío —Fue testigo de cómo el cuerpo de Grace sucumbía a unos espasmos incontrolables una vez terminó su confesión.
Su corazón fue presa del silencio atronador en el que se quedó sumida toda la estancia cuando el llanto de la sirvienta se calmó.
—Detective Radcliff, creo que, dadas las circunstancias, debería hacerme cargo de la custodia de la asesina.
Irritado por aquellas palabras del lord, giró su indignado rostro hacia él, y con toda la tranquilidad que pudo reunir se dirigió hacia Grace, que permanecía inmóvil en la silla esperando su sentencia; con suma delicadeza la invitó a levantarse y tras inmovilizarle las manos la indicó que le siguiera.
—Esta mujer está detenida por asesinato y está bajo mi custodia —Percibió que los ojos suplicantes Grace le miraban anhelando que no cediera a las exigencias del noble. —Abandonará la residencia conmigo, el único representante policial al servicio de su Graciosa Majestad en esta casa —sentenció sin prestar la mayor atención a la iracunda mirada del caballero.
—¡Diablos! Escúcheme bufón, yo soy lord Robert Arthur Gascoyne, duque de Wellesley —El insulto y los gritos del noble sólo le provocaron que se afianzase más en su decisión.
—Y yo le repito milord, que soy el único representante policial al servicio de su Graciosa Majestad en esta casa —Sentenció instantes antes de que, junto a Grace, abandonara la mansión.
“¡Te mataré, como maté a tu bastardo! Lo juro por mi honor.” Los gritos del aristócrata, acompañarían a Radcliff a lo largo del camino que acababa de emprender.
Agneta Quill