“…El tacto del suave lino atrapó todos sus sentidos. Deslizó la tela entre las yemas de los dedos…, los tenues cuadros, de distintos colores, dibujados en el tejido cambiaban de color dependiendo de la incidencia de la luz en ellos. El roce delicado de aquel pedazo de paño le trasladó a otro tiempo, a otro lugar. El pañuelo de tartán se había convertido en otro multicolor y su dueña era otra mujer…”
El cardo entre las rosas. Capítulo III
“…Estoy cansado de todos tus disparates. ¡Nunca debí casarme contigo! —El grito de lord Gascoyne le sobresaltó—. Yo sólo tenía un hijo, que era el tuyo también. Mi heredero, no lo olvides mujer, y tus desvaríos han acabado con su vida…”
El cardo entre las rosas. Capítulo II.
Observó la puerta abierta del despacho del duque de Wellesley antes de atravesarla sus tres veces correspondientes. Sin prestar mayor atención al noble; en cuyo rostro había visto reflejada la ira más profunda en el momento en que le divisó a través del arco de la entrada; se dirigió primero a la mesa que presidía la estancia y la golpeó tres veces con los nudillos; instantes después hizo lo mismo con la de las bebidas.
El cardo entre las rosas. Capítulo I.
El sol de julio se filtraba a través de los cortinajes del despacho del Duque de Wellesley, augurando un cálido día en el condado de Somerset. Tres golpes secos en la puerta de la estancia anunciaron la presencia del detective
Giro del destino
El cielo plomizo de noviembre la saludó cuando salió directa a recoger el correo de la mañana. Se arrebujó dentro de la bata, mientras que con la mano derecha acariciaba su ya incipiente tripa de embarazada. Cómo la apetecía un chocolate caliente, pensó mientras cerraba la puerta detrás de sí.
La gallinita ciega
“¡Estoy tan hambrienta!”
El sol primaveral de abril calentaba a todos en el jardín. Las rosas apenas habían abierto sus capullos, las margaritas se desperezaban buscando un rayo de luz, y la enredadera se curvaba cual serpiente buscando volver a la vida.
El caballito de juguete
La habitación era de color rosa. Nunca le había gustado ese color. Estaba abarrotada de juguetes
Mi bella criatura
La alegría reinaba en la casa aquella mañana. Todos estábamos desayunando en la cocina, Mel, mi hija mayor, devoraba las tostadas con un hambre voraz. La miré detenidamente, era bellísima con el pelo dorado y los ojos azul cielo.
La hora feliz.
Como todas las noches, al sonar la campanilla y dar comienzo la hora feliz, la taberna Bierkrug vibraba con el rugido atronador de voces que demandaban su cuota de alcoho
Aroma de magnolias
El café sabía horrible, como siempre, pero a Gloria no parecía importarle. Dentro de aquel Crown Victoria, no conseguía apartar la mirada de ella, hacía poco tiempo que éramos compañeros, de hecho, nunca olvidaría el día en el que el capitán me informó de que trabajarían juntos.