
New York, New York
La quinta avenida brillaba como un sueño, pero yo sólo veía mi mano vacía. El anillo, mi anillo, había desaparecido entre el bullicio de Nueva York. No supe en qué momento exacto se escurrió, quizá mientras comprábamos un café y unos donuts, o en el mirador del puente de Brooklyn. Solo a mí podía pasarme, perder la alianza dos días después de la boda.
Cuando llegamos a Central Park, me detuve, jadeante, intentando contener las lágrimas. «Es sólo un objeto», me dijo él, rodeándome con los brazos. «Lo que importa es lo que simboliza, y eso siempre existirá aquí, dentro de nosotros.».
Esa noche, al volver al hotel, lo encontré en el bolsillo de la bata. Reí y lloré al mismo tiempo, porque entendí que el amor no se pierde por accidente, sino por descuido.
Agneta Quill

