Siniestro televisor

El fogonazo la sorprendió. Una luz blanca y anodina salía del televisor del salón. Empujó a Joe hacia un lado y se levantó del sofá. 

—¡Joder, Peter! ¿Qué has hecho? Sabes que tus padres no te dejan ver la tele después de las nueve —Ese crío era un demonio.

Empezaron a buscarle. No lo veían por ningún lado. La ansiedad comenzó a apoderarse de ella, ¿dónde estaría aquel mocoso? Regresaron al salón desesperados.

Un frío repentino había invadido la habitación, como si la misma luz blanca que emanaba del aparato estuviera drenando todo el calor. Jenny sintió que el aire se volvía denso, pesaba sobre sus pulmones, haciéndole cada respiración un esfuerzo doloroso. El silencio en la sala era abrumador, roto solo por el zumbido bajo y constante del televisor. Pero algo más resonaba debajo de ese zumbido, un sonido tenue, como un murmullo distante, casi imperceptible, que crecía lentamente. Al principio pensó que su mente le estaba jugando una mala pasada, pero cuanto más trataba de ignorarlo, más presente se hacía, envolviéndola.

Era un susurro. Apenas un eco en la habitación, pero lo suficiente para hacerle erizar la piel. No sabía de dónde venía, ni si estaba solo en su cabeza, pero cada vez que intentaba concentrarse en el televisor, ese murmullo se volvía más fuerte, más insistente, como si viniera de detrás de las paredes, del suelo, de alguna parte que no podía ver. Una sensación de alerta creció en su pecho, como si algo la acechara en la oscuridad, esperando el momento perfecto para atacar.

El corazón comenzó a latirle más rápido. Se dio cuenta de que sus manos temblaban, y no era solo por el frío. Era ese ruido, esa cacofonía lejana que cada segundo parecía más real. Jenny no podía identificarlo, pero sentía que algo estaba allí, algo que no podía ver…

Y entonces, lo vio. Un brazo, pequeño y pálido, se extendía desde la pantalla, como si luchara por atravesar un muro invisible. Sus dedos temblaban ligeramente, como si pidieran ayuda o se aferraran a algo que no podía ver. «Es imposible,» pensó. Pero allí estaba. Se movía, real y tangible, saliendo de un lugar que no tenía derecho a existir.

«No puede ser…» La mente de Jenny se resistía a procesarlo, como si el horror fuera demasiado grande para asimilarlo. Su garganta se secó, incapaz de emitir ni un sonido. El sudor frío comenzó a gotear por su frente, pero ella apenas lo sentía; toda su atención estaba fija en aquella extremidad que, con cada segundo que pasaba, parecía traer consigo más oscuridad, más frío, más… muerte.

—¡Ring, ring! —el timbre del teléfono la sobresaltó. 

—No lo apagues. Si lo haces, asume las consecuencias —la voz de ultratumba la atravesó. Sus dedos temblaban sobre el auricular y el corazón amenazaba con salirse de su pecho.

—Tranquilízate. Vamos a encontrarlo —la voz de Jim la hizo reaccionar. 

—¡No! —aulló. Aquel descerebrado había cogido el mando para apagar el aparato.

Todo se detuvo. Un ruido ensordecedor acalló sus chillidos. Aquel artilugio había explotado. 

—¿Estás bien? —El susto inicial de la explosión dio paso a la preocupación cuando reparó en la sangre que manaba de la mano de su novio. 

—No pasa nada, sólo es una herida —Odiaba su parsimonia. La irritaba sobremanera ¿Cómo podía estar tan tranquilo? Aquel aparato acababa de explotar y la sangre …

Otro alarido llenó el salón. Algo la tiraba del pantalón. Bajó la mirada: era una sustancia negruzca que la atraía hacia la pantalla. Era fría, viscosa…, le rodeaba los tobillos. La comenzaba a subir, lentamente por las piernas. Era densa, pegajosa, y a medida que ascendía su peso parecía doblarle las rodillas. Intentó moverse, pero era inútil. Cuanto más luchaba, más la atrapaba, aferrándose a su carne con una fuerza implacable. Aquella maldita cosa tenía vida propia.

Subió más, envolviendo sus caderas, su torso. El olor ácido y metálico que desprendía le inundaba las fosas nasales, una mezcla repulsiva que hacía que le ardieran los pulmones cada vez que respiraba. Aquel hedor sofocante la estaba ahogando. Buscó a Jim, ¡maldición! le sucedía lo mismo. «¿Qué hacemos? ¡Nos va a tragar!». Volvió a intentarlo, una y otra vez. Usó toda la fuerza que su cuerpo contenía. Necesitaba aferrarse a algo, escapar del abismo que la estaba engullendo. Pero no podía. ¡No podía! Los dedos se resbalaban, cedían. Estaban perdidos.

De repente, la temperatura de la habitación cayó de forma brusca. Ya no era el calor sofocante del miedo, sino un frío antinatural lo que la envolvía. Abrió los ojos despacio; parpadeó, esperando ver los muebles, las paredes, algo familiar…, no reconocía nada. Lo que antes eran formas conocidas del salón de los Hollister ahora se desdibujaban ante ella.

Su respiración se volvió más pesada. Cada aliento que tomaba parecía más difícil, más forzado, como si algo invisible le estuviera arrebatando cada gota de energía. Sus huesos estaban helados y un miedo primitivo la invadió.

Trató de moverse, de buscar a Jim con la mirada. La angustia se apoderó de ella, la estrangulaba. «¿Dónde estoy? ¿Dónde está Jim?».

—¡Jim! —su grito atravesó la oscuridad. 

—¡Jenny! No te muevas. Voy hacia ti.

Se acurrucó en el suelo hecha un ovillo. El aire estaba viciado y la empujaba hacia abajo. Oprimía todo su cuerpo. Imaginó a Peter, solo en aquel lugar, y las lágrimas se agolparon en sus ojos. «No vamos a salir vivos de aquí.»

—Levántate, cariño. Ya estoy aquí —Una mano conocida se apoyó en su hombro mientras otra la ayudaba a incorporarse. Instintivamente se arrojó a sus brazos y comenzó a llorar. 

—Tengo miedo. Vamos a morir aquí. ¡Pobre Peter, sólo es un crío!

Jim se estaba separando de ella. Le miró extrañada: aquella maldita sustancia negra tiraba de él. Y en un segundo desapareció. El vacío regresó, se apoderó de ella. Estaba sola de nuevo, rodeada de toda aquella oscuridad.

Su instinto la puso en guardia: lo percibió; algo se movía; no sabía dónde. Solo lo percibía. Su cuerpo se tensó por el pánico; en su frente aparecieron gotas de sudor frío. «Me toca.»

—Hola Jenny —Conocía esa voz.

Se giró: el terror sacudió todos sus músculos. Un amasijo retorcido y palpitante, cubierto de sombras líquidas arrastraba un cuerpo desmadejado. De la superficie grotesca de aquella criatura surgían múltiples ojos rojos, como carbones ardientes. Su brillo malévolo se clavó en Jenny.

—¡Dios! ¡No! —Estaba histérica. 

El llanto se apoderó de ella. Era Joe. Aquel amasijo de carne sanguinolenta era su novio: era como si los huesos de Jim hubieran sido aplastados, la piel desgarrada colgaba a trozos, y sus ojos azules ya no estaban allí…, sólo había vacío. ¡Y aquella cosa lo estaba engullendo! No solo su cuerpo, sino que aquel monstruo le estaba devorando el alma, su esencia. Y ella sería la siguiente… Se levantó. Tenía que luchar. Algo la impulsó a enfrentarse a ese monstruo. 

—¡Voy a luchar! —chilló desesperada, pero no podía moverse. El ruido gutural del monstruo llenaba sus oídos, pero la mirada de esos ojos rojos era lo que la paralizaba.

— ¡Ja, ja, ja! Esto acaba de empezar, Jenny —la voz resonó, pero esta vez no era solo un eco en la oscuridad. Sus ojos se ampliaron, su corazón golpeó contra su pecho. «Esa voz… no podía ser.»

—¿Quién eres? 

—¿No me reconoces?

—¿Quién eres? —el grito casi le desgarró la garganta. 

—¿No lo adivinas? ¡Ja, ja, ja! Siempre fuiste una presa fácil. 

—¿Peter? —susurró. Su garganta se cerró, como si al decir su nombre lo invocara más cerca.

El monstruo se detuvo. Lentamente, de entre la carne palpitante, una pequeña mano salió de la oscuridad… La sangre de Jenny se congeló. Los ojos rojos se cerraron, y de repente, una carcajada infantil reverberó en la penumbra. El cuerpo deforme comenzó a encogerse, las sombras líquidas que lo envolvían se disiparon como humo. Frente a ella, la criatura dejó de ser un amasijo informe…  Allí estaba Peter, con su pijama sucio y roto, sonriendo, sus ojos vacíos y brillando en un rojo profundo.

—¿Por qué no juegas conmigo, Jenny? —dijo, su voz ahora clara, su tono juguetón, pero con una amenaza escondida en cada palabra—. Siempre has sido mi favorita…

—Peter… no… —El niño la observaba mientras que se le ensanchaba la sonrisa.

—Ahora es tu turno de estar sola, Jenny. —susurró.

Agneta Quill

error: Content is protected !!